Dedicado a los Mártires que mueren hoy en tu nombre...
Las manos que oraban y abiertas bendecían al ser, las que reconfortaban a la carne de males y daban esperanza a las carencias del alma. Las que irradiaban la fuerza de la bondad mostrando en sus imposiciones el Reino de los Cielos.
Era necesario amordazar la paloma del espíritu, acallar de la forma más cruel el nuevo mensaje. Los cuervos sobrevolaban la muchedumbre y graznaban de forma imperativa a las lanzas del águila, tan sanguinaria como opresora.
Lacerada su espalda, ensangrentado el cordero, portaba el Patibulum, madero empapado de sufrimiento y muerte que al abrazo del ungido, hicieron nacer, de forma súbita, unas pequeñas enredaderas de corolas malvas que bebían su sangre redentora.
La luz se tornaba tiniebla y la tierra del Gólgota señalaba el lugar de la pasión. Los soldados apostaban “bajos imperios” por la túnica Corinto del Hijo del Hombre y en un instante, un golpe seco, rostros salpicados de sangre, un clavo hizo jirones el firmamento coronando el cúbito y radio del Dios-hombre. El primer golpe se llamó ingratitud. Un profundo grito, un alarido de la noche temprana que se aproximaba con premura, lágrimas que florecían como una gris y lívida primavera.
El segundo clavo se llamaba soberbia. Ansias de poder de unos gobernantes corruptos que se mofaban del que pescaba almas.
El tercer clavo, llevaba un nombre que el tiempo ha demostrado equivocado, Olvido. Jesús expiró, fue perfumado por ungüentos y amortajado por una hoja de lino virgen, cubiertos sus ojos con dos monedas del tiempo del emperador Tiberio y enterrado en un sepulcro de tierra nueva.
Todo pasó, su terrible martirio fue un amargo suspiro que perdura en los siglos y el intemporal viento nos hace oír sus enseñanzas, esas que percibimos con idéntica emoción que aquellos que las escuchaban en cualquier lugar donde Jesús predicara.
José Antonio Guzmán Pérez
Recordatorio Calvario de Iris: Espinas