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miércoles, 20 de agosto de 2014

El Candil: El Enigma del Cristo de Limpias


En la ruta Compostelana, a su paso por Cantabria, se encuentra la Villa de Limpias, cuyo nombre proviene de las aguas térmicas que brotan en su término y que eran conocidas como Aguas de Limpias. La villa es pequeña pero tiene la hermosa y famosa Iglesia de San Pedro Apóstol o Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía que fue declarada Bien de Interés Cultural en el año 1983.


La historia del llamado Cristo de la Agonía se origina en Cádiz en 1700, talla en madera que se veneraba en la Iglesia de los padres Franciscanos. En aquellos años las inundaciones y los terremotos asolaban la ciudad y tras el derrumbe de la iglesia la imagen pasa a la capilla privada de Diego de La Piedra, caballero cántabro de la orden de Santiago.

Ya por entonces se le asocia a prodigios y milagros, como el de detener las aguas tras un maremoto. En 1755 fallece Diego de La Piedra y ordena en su testamento que el Cristo se lleve a su ciudad natal de Limpias en Cantabria, costeando también la restauración de la Iglesia de San Pedro y la realización de su Altar Mayor, al que se añadirán las imágenes de La Virgen María y la del evangelista San Juan. La vieja Iglesia de San Pedro se convertirá en el Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía de Limpias.


La imagen representa la agonía de Cristo, los últimos momentos, por eso mira hacia arriba y la expresión es tan dolorosa, al tiempo que relajada. Llama la atención que ambas manos están en gesto de bendecir, así como el efod (o paño de pureza) que le cubre, de intenso color gris azulado, cuando lo típico es que fuese blanco. La imagen del Cristo es de tamaño natural,   mide unos 180 centímetros, y lleva una corona de espinas de madera también. Está colocada sobre una cruz de 2.30 metros de alto.  No tiene aún la herida en el costado, sus brazos están extendidos y sus manos están en posición de oración. Los brazos aparecen blandos, relajados, como los de un hombre que los abriera sin esfuerzo y sus dedos índices y corazón, en ambas manos están extendidos como si estuvieran dando la bendición final.

El Cristo, aunque pareciera una imagen más del redentor, difiere en varios detalles, como el hecho de que posa su mirada hacia el cielo y dependiendo el punto de vista de donde se mire, la expresión es distinta, no solo de dolor, sino de oración y contemplación al Padre. Al igual que muchas obras artísticas de gran realismo, pero especialmente en ésta, de una veracidad sobrecogedora, los ojos del Cristo parecen seguirte con la mirada y según desde donde se fotografíe el busto, la expresión del rostro parece cambiar.

Esta magnífica talla de Cristo Expirante está impregnada de multitud de episodios que unos califican de milagros, mientras que otros lo sitúan en un contexto de lo misterioso y paranormal.


Allá por el año 1914, el Padre Antonio López, un profesor del Colegio San Vicente de Paúl que se encontraba en la villa relató como: "Un día en el mes de agosto de 1914,  fui a la iglesia con el motivo de instalar una iluminación eléctrica en el altar mayor. Me hallaba solo en la iglesia subido en una escalera apoyada sobre un andamio improvisado recostado sobre la pared que sirve de trasfondo a la imagen del Cristo Crucificado, y después de dos horas de trabajo, empecé a limpiar la imagen de forma que esta pudiera verse más claramente. Mi cabeza quedaba al mismo nivel que la del Cristo, a poco menos de dos pies de distancia; hacía un día muy hermoso y por la ventana atravesaban rayos de luz que iluminaban completamente el altar, sin notar la más leve anormalidad y después de un largo rato de trabajo, detuve mi vista en los ojos de la imagen y observé que los tenía cerrados. Por varios minutos lo vi con toda claridad de manera que dudé si habitualmente los tenía abiertos. No podía creer lo que mis ojos contemplaban, empecé a sentir que las fuerzas me faltaban; perdí el balance, desfallecí y caí de la escalera del andamio hasta el suelo, sufriendo un gran golpe. Al recobrar el sentido pude confirmar desde donde me encontraba que los ojos de la imagen del crucifijo permanecían cerrados... Abandoné rápidamente la iglesia, minutos después me encontré con el sacristán quien se disponía a sonar las campanas para el Ángelus. Al verme tan agitado me preguntó si me ocurría algo. Le relaté todo lo sucedido lo cual no le sorprendió puesto que ya había escuchado que el Santo Cristo había cerrado sus ojos en más de una ocasión."

Pensando que el movimiento que había visto en sus ojos se debía a algún tipo de mecanismo, el sacerdote profesor le restó importancia a la visión y se dio a la tarea de examinar la imagen minuciosamente. Logró confirmar que esta no posee ningún mecanismo y que sus ojos están tan firmemente fijos, que ni siquiera el presionarlos fuertemente pudo hacer que se movieran. Esto lo comprobó una y otra vez. A petición de sus superiores, el Padre Antonio escribió el relato de todo lo acontecido manteniendo prudencia por orden de su director espiritual.

A principios del año 1919, mientras el sacerdote celebraba la Santa Misa, y dos sacerdotes más se encontraban confesando, una niña de 12 años entró en un confesionario y comunicó al clérigo que la imagen del Santo Cristo tenía los ojos cerrados. El sacerdote pensando que era la imaginación de la niña, no le prestó demasiada atención, hasta que otros niños se acercaron relatando lo mismo. Simultáneamente uno de los fieles que se encontraba entre la feligresía, grito: "Miren el crucifijo". En pocos minutos la gente confirmó con entusiasmo lo que los niños habían visto. Las personas allí presentes empezaron a llorar, unos gritaban que habían presenciado un milagro y otros cayeron de rodillas orando a Dios por piedad.

Para verificar el fenómeno, cuando se logró desalojar el templo subió el párroco con una escalera de mano hasta la Santa Imagen tocando el rostro y el cuello con un pañuelo y pudo comprobar que la imagen perspiraba, confirmando el hecho mostrando a los allí presentes sus dedos humedecidos, pero solo la imagen del Cristo, no el retablo, ni las otras imágenes.


La segunda manifestación fue el 13 de abril de 1919, Domingo de Ramos, cuando dos hombres significativos de Limpias se acercaron al altar dudosos de lo que allí se contaba, considerándolo parte de la histeria colectiva y la alucinación; al acercarse pudieron presenciar como los ojos y la boca del Cristo se movían… Simultáneamente cayeron de rodillas pidiendo perdón y clamando por indulgencia.

La tercera manifestación tuvo lugar el 20 de abril de 1919, un Domingo de Resurrección en presencia de un grupo de Hermanas religiosas de la orden de Las Hijas de la Cruz quienes presenciaron los ojos y la boca del Santo Cristo moverse mientras rezaban el Santo Rosario.

El 4 de agosto, un grupo de más de treinta  personas ven tomar a la imagen aspecto de persona viva, todos juraron como los ojos se posaban de uno en otro, cambiando de expresión: compasión, dolor, dureza incluso. En septiembre, dos obispos y un grupo de sacerdotes le ven moviéndose agónicamente.

Finalmente, en el año 1921, el número de peregrinos había crecido de tal forma, que la extensión del tráfico de extranjeros en Limpias supero la de los visitantes del Santuario de Lourdes. El Nuncio Papal visitó Limpias en septiembre de 1921. Oró frente al crucifijo y lo examinó desde todos los ángulos. El nuncio manifestó al clero y a los nativos que la imagen le había causado una impresión muy profunda, y les honró por haber sido escogidos para que el Maestro se revelara a Sí mismo a través de esta imagen en su santuario.

Son muchos los archivos que se encuentran en la sacristía de la iglesia de Limpias que contienen más de ocho mil testimonios de personas que certifican las manifestaciones. Entre los testigos hay de todas clases sociales, de todo tipo de fervor, desde ateos o no cristianos, que se acercaban por curiosidad. En 1920 se contabilizaron más de mil curaciones, ya no sólo en Limpias, sino con sólo la invocación al Cristo de la Agonía o tocando las estampas de su rostro que ya recorrían la geografía española y un poco más allá. Principados, al igual que dignatarios de la Iglesia de España, incluyendo obispos y cardenales, visitaron el Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía. Arzobispos también llegaban desde México, Perú, Manila, Cuba y otras naciones.

Los fenómenos públicos cesaron de una manera total varios años después. Una guerra nacional por medio parecía dejaría en el olvido al Santo Cristo de Limpias, pero aquella devoción nacida del calor de unos hechos, al parecer prodigiosos, aún perdura...

Es sorprendente la existencia en cualquier época, tanto de turistas como de peregrinaciones que siguen acudiendo atraídos por la fama de los prodigios y la hermosura de la Santa Imagen.


Mª del Carmen Hinojo Rojas








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