En
la ruta Compostelana, a su paso por Cantabria, se encuentra la Villa de Limpias, cuyo nombre proviene de las aguas
térmicas que brotan en su término y que eran conocidas como Aguas de Limpias.
La villa es pequeña pero tiene la hermosa y famosa Iglesia de San Pedro
Apóstol o Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía
que fue declarada Bien de Interés Cultural en el año 1983.
La historia del
llamado Cristo de la Agonía se
origina en Cádiz en 1700, talla en madera que se veneraba en la Iglesia de los
padres Franciscanos. En aquellos años las inundaciones y los terremotos
asolaban la ciudad y tras el derrumbe de la iglesia la imagen pasa a la capilla
privada de Diego de La Piedra, caballero cántabro de la orden de Santiago.
Ya por entonces se
le asocia a prodigios y milagros, como el de detener las aguas tras un
maremoto. En 1755 fallece Diego de La Piedra y ordena en su testamento que el
Cristo se lleve a su ciudad natal de Limpias en Cantabria, costeando también la
restauración de la Iglesia de San Pedro y la realización de su Altar Mayor, al
que se añadirán las imágenes de La Virgen María y la del evangelista San Juan.
La vieja Iglesia de San Pedro se convertirá en el Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía de Limpias.
La imagen
representa la agonía de Cristo, los últimos momentos, por eso mira hacia arriba
y la expresión es tan dolorosa, al tiempo que relajada. Llama la atención que
ambas manos están en gesto de bendecir, así como el efod (o paño de pureza) que le cubre, de
intenso color gris azulado, cuando lo típico es que fuese blanco. La imagen del
Cristo es de tamaño natural, mide unos 180 centímetros, y lleva una corona
de espinas de madera también. Está colocada sobre una cruz de 2.30 metros de
alto. No tiene aún la herida en el
costado, sus brazos están extendidos y sus manos están en posición de oración.
Los brazos aparecen blandos, relajados, como los de un hombre que los abriera
sin esfuerzo y sus dedos índices y corazón, en ambas manos están extendidos
como si estuvieran dando la bendición final.
El Cristo, aunque
pareciera una imagen más del redentor, difiere en varios detalles, como el
hecho de que posa su mirada hacia el cielo y dependiendo el punto de vista de
donde se mire, la expresión es distinta, no solo de dolor, sino de oración y
contemplación al Padre. Al igual que
muchas obras artísticas de gran realismo, pero especialmente en ésta, de una veracidad
sobrecogedora, los ojos del Cristo parecen seguirte con la mirada y según desde
donde se fotografíe el busto, la expresión del rostro parece cambiar.
Esta magnífica talla de
Cristo Expirante está impregnada de multitud de episodios que unos califican de
milagros, mientras que otros lo sitúan en un contexto de lo misterioso y
paranormal.
Allá por el año 1914, el
Padre Antonio López, un profesor del
Colegio San Vicente de Paúl que se encontraba en la villa relató como: "Un día en el mes de agosto de 1914, fui a la iglesia con el motivo de instalar
una iluminación eléctrica en el altar mayor. Me hallaba solo en la iglesia
subido en una escalera apoyada sobre un andamio improvisado recostado sobre la
pared que sirve de trasfondo a la imagen del Cristo Crucificado, y después de
dos horas de trabajo, empecé a limpiar la imagen de forma que esta pudiera
verse más claramente. Mi cabeza quedaba al mismo nivel que la del Cristo, a
poco menos de dos pies de distancia; hacía un día muy hermoso y por la ventana
atravesaban rayos de luz que iluminaban completamente el altar, sin notar la
más leve anormalidad y después de un largo rato de trabajo, detuve mi vista en
los ojos de la imagen y observé que los tenía cerrados. Por varios minutos lo
vi con toda claridad de manera que dudé si habitualmente los tenía abiertos. No
podía creer lo que mis ojos contemplaban, empecé a sentir que las fuerzas me
faltaban; perdí el balance, desfallecí y caí de la escalera del andamio hasta el
suelo, sufriendo un gran golpe. Al recobrar el sentido pude confirmar desde
donde me encontraba que los ojos de la imagen del crucifijo permanecían
cerrados... Abandoné rápidamente la iglesia, minutos después me encontré con el
sacristán quien se disponía a sonar las campanas para el Ángelus. Al verme tan
agitado me preguntó si me ocurría algo. Le relaté todo lo sucedido lo cual no le
sorprendió puesto que ya había escuchado que el Santo Cristo había cerrado sus
ojos en más de una ocasión."
Pensando que el movimiento
que había visto en sus ojos se debía a algún tipo de mecanismo, el sacerdote
profesor le restó importancia a la visión y se dio a la tarea de examinar la
imagen minuciosamente. Logró confirmar que esta no posee ningún mecanismo y que
sus ojos están tan firmemente fijos, que ni siquiera el presionarlos
fuertemente pudo hacer que se movieran. Esto lo comprobó una y otra vez. A
petición de sus superiores, el Padre Antonio escribió el relato de todo lo
acontecido manteniendo prudencia por orden de su director espiritual.
A principios del año
1919, mientras el sacerdote celebraba la Santa Misa, y dos sacerdotes más se
encontraban confesando, una niña de 12 años entró en un confesionario y
comunicó al clérigo que la imagen del Santo Cristo tenía los ojos cerrados. El
sacerdote pensando que era la imaginación de la niña, no le prestó demasiada
atención, hasta que otros niños se acercaron relatando lo mismo. Simultáneamente
uno de los fieles que se encontraba entre la feligresía, grito: "Miren
el crucifijo". En pocos minutos la gente confirmó con entusiasmo lo
que los niños habían visto. Las personas allí presentes empezaron a llorar, unos
gritaban que habían presenciado un milagro y otros cayeron de rodillas orando a Dios por piedad.
Para verificar el
fenómeno, cuando se logró desalojar el templo subió el párroco con una escalera
de mano hasta la Santa Imagen tocando el rostro y el cuello con un pañuelo y
pudo comprobar que la imagen perspiraba, confirmando el hecho mostrando
a los allí presentes sus dedos humedecidos, pero solo
la imagen del Cristo, no el retablo, ni las otras imágenes.
La segunda manifestación fue el 13 de abril de 1919, Domingo de Ramos,
cuando dos hombres significativos de Limpias se acercaron al altar dudosos de
lo que allí se contaba, considerándolo parte de la histeria colectiva y la
alucinación; al acercarse pudieron presenciar como los ojos y la boca del
Cristo se movían… Simultáneamente cayeron de rodillas pidiendo perdón y
clamando por indulgencia.
La tercera manifestación
tuvo lugar el 20 de abril de 1919,
un Domingo de Resurrección en presencia de un grupo de Hermanas religiosas de
la orden de Las Hijas de la Cruz quienes presenciaron los ojos y la boca del
Santo Cristo moverse mientras rezaban el Santo Rosario.
El 4 de
agosto, un grupo de más de treinta personas ven tomar a la imagen aspecto de
persona viva, todos juraron como los ojos se posaban de uno en otro, cambiando
de expresión: compasión, dolor, dureza incluso. En septiembre, dos obispos y un
grupo de sacerdotes le ven moviéndose agónicamente.
Finalmente, en el año 1921, el número de peregrinos
había crecido de tal forma, que la extensión del tráfico de extranjeros en
Limpias supero la de los visitantes del Santuario de Lourdes. El Nuncio Papal
visitó Limpias en septiembre de 1921. Oró frente al crucifijo y lo examinó
desde todos los ángulos. El nuncio manifestó al clero y a los nativos que la
imagen le había causado una impresión muy profunda, y les honró por haber sido
escogidos para que el Maestro se revelara a Sí mismo a través de esta imagen en
su santuario.
Son muchos los archivos
que se encuentran en la sacristía de la iglesia de Limpias que contienen más de
ocho mil testimonios de personas que certifican las manifestaciones. Entre los testigos hay de todas clases sociales, de todo
tipo de fervor, desde ateos o no cristianos, que se acercaban por curiosidad.
En 1920 se contabilizaron más de mil curaciones, ya no sólo en Limpias, sino
con sólo la invocación al Cristo de la Agonía o tocando las estampas de su
rostro que ya recorrían la geografía española y un poco más allá. Principados,
al igual que dignatarios de la Iglesia de España, incluyendo obispos y
cardenales, visitaron el Santuario del Santísimo Cristo de la Agonía.
Arzobispos también llegaban desde México, Perú, Manila, Cuba y otras naciones.
Los fenómenos públicos
cesaron de una manera total varios años después. Una guerra nacional por medio
parecía dejaría en el olvido al Santo Cristo de Limpias, pero aquella devoción
nacida del calor de unos hechos, al parecer prodigiosos, aún perdura...
Es sorprendente la
existencia en cualquier época, tanto de turistas como de peregrinaciones que
siguen acudiendo atraídos por la fama de los prodigios y la hermosura de la
Santa Imagen.
Recordatorio El Candil