Cae la noche como besos que se pierden entre la oscuridad. Y un instante se acerca, pretérito, pues ya ha llegado su día. Es el momento que determina el alfa y omega, el principio y el fin. Las puertas de la Compañía se abren y cierran en un ritual hermético, solo para iniciados.
Las calles parecen guardarse en su silencio, en la soledad que deja tras de sí su Virgen pálida como la luna, como la lividez del dolor más profundo e intenso que solo una madre puede sufrir en el centro mismo del alma, de los sentidos. Un dolor que no tiene nombre porque un hijo queda huérfano si pierde a su madre, pero para la madre que pierde al hijo no hay sustantivo que abarque lo que es contra natura.
Las horas avanzan hacia el punto y aparte, cuando las puertas del salvador se cierran y todo es distinto y esperado. Es el momento en que la vida te enseña que, una vez al año, el tiempo juega a ser distinto y a regalarnos un instante extra. Ése para el que no existen los adjetivos; el mismo que juega con los sentidos y, al borde del epílogo, regala a los hermanos del Sepulcro una brizna más de vida.
Fuente Fotográfica
Recordatorio Nisán: XXXVI El Santo Sepulcro
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio Nisán: XXXVI El Santo Sepulcro