Es un desamor cansado de tanto usarlo. La relación entre las cofradías y los poderes públicos respira un clima nunca bien entendido y siempre maltratado. Ahora, en estos días, en los que ocho meses no son nada para el político que ve en la punta de su nariz las elecciones, se suscriben convenios, se prometen ayudas y, más pronto que tarde veremos, oiremos o leeremos a algún edil abanderar el ansiado cambio de carrera oficial, tirando por tierra de la frágil memoria colectiva los esfuerzos realizados durante tantos años.
Es un desamor hastiado y hasta vacío. Tantas veces habrá oído un servidor aquello de “si nos uniéramos todos y nos negáramos a salir en Semana Santa verías si nos escuchaban”. La frase, a estas alturas, da más pena que risa, más indiferencia que aprecio y tiene menos sentido que trasladar el itinerario oficial de las hermandades al Arenal, como desde el sector opuesto se ha vociferado en tantas oportunidades.
El acuerdo conjunto es tan difícil de ver, tan utópico, que ya no queda bien ni para una frase de salón. A ello se une que, si tuviésemos presente como objetivo la autofinanciación no haría falta aunar posturas para el enfrentamiento, en un momento dado, pues tendríamos la sartén por el mango de nuestra independencia de los poderes terrenos para debernos al que verdaderamente nos ha de mover.
Pero es otro asunto, sin duda. Porque esos “poderes”, de cuyos frutos ni se sabe ni se les espera (sea cual sea el gobierno municipal), han calado hondo y ahora nos duelen. Mimetizamos actitudes, poses en la foto, maneras en el enfrentamiento.
Jugamos a ser malos políticos, malos dirigentes de equipos de fútbol, nos gusta más una foto que al “personaje” –cuyo nombre desconozco- que se pone detrás de los famosos en la tele. En definitiva nos gusta ser el fiel reflejo de una sociedad caduca que vive endiosada de lo terreno. Pronto habrá dirigentes cofrades que pidan el voto (como alguno que cambió el terno cofrade por el consistorial). Al tiempo.
Es un desamor hastiado y hasta vacío. Tantas veces habrá oído un servidor aquello de “si nos uniéramos todos y nos negáramos a salir en Semana Santa verías si nos escuchaban”. La frase, a estas alturas, da más pena que risa, más indiferencia que aprecio y tiene menos sentido que trasladar el itinerario oficial de las hermandades al Arenal, como desde el sector opuesto se ha vociferado en tantas oportunidades.
El acuerdo conjunto es tan difícil de ver, tan utópico, que ya no queda bien ni para una frase de salón. A ello se une que, si tuviésemos presente como objetivo la autofinanciación no haría falta aunar posturas para el enfrentamiento, en un momento dado, pues tendríamos la sartén por el mango de nuestra independencia de los poderes terrenos para debernos al que verdaderamente nos ha de mover.
Pero es otro asunto, sin duda. Porque esos “poderes”, de cuyos frutos ni se sabe ni se les espera (sea cual sea el gobierno municipal), han calado hondo y ahora nos duelen. Mimetizamos actitudes, poses en la foto, maneras en el enfrentamiento.
Jugamos a ser malos políticos, malos dirigentes de equipos de fútbol, nos gusta más una foto que al “personaje” –cuyo nombre desconozco- que se pone detrás de los famosos en la tele. En definitiva nos gusta ser el fiel reflejo de una sociedad caduca que vive endiosada de lo terreno. Pronto habrá dirigentes cofrades que pidan el voto (como alguno que cambió el terno cofrade por el consistorial). Al tiempo.
Blas Jesús Muñoz