Hoy les hablaremos de un retablo cuya historia viene marcada sin duda por el grave expolio selectivo que sufrió a finales del mes de enero de 1987. Las tablas, desmontadas en 1982 para ser sometidas a una necesaria restauración, permanecían agolpadas a los pies de la iglesia, en el interior, a la espera de concluirse las obras de acondicionamiento del ábside mayor para su posterior ensamblaje. Sin duda, en aquellos momentos la iglesia de San Pelayo representaba, para las mafias dedicadas al robo de obras de arte, un tesoro muy goloso por dos motivos esenciales: las tablas y tallas aun no estaban ensambladas en el ábside con lo cual su hurto sería sencillo y rápido. El segundo motivo es que la iglesia carecía en aquellos momentos de cualquier sistema de seguridad.
A pesar de todo no se dudó en pensar que la iglesia sería el mejor lugar para acoger las tablas y tallas ya restauradas, ya que el ensamblaje de las mismas iba a ser inminente. Todo el pueblo estaba expectante y deseaba contemplar de nuevo su patrimonio, ningún vecino se podía imaginar que la gran joya de Olivares fuera a sufrir un expolio, parecía bien custodiada dentro de los muros de la iglesia.
En la madrugada del domingo 25 al lunes 26 de enero de 1987 sucedió el fatal acontecimiento. Se había producido un expolio selectivo del retablo. En concreto habían sido robadas diez tablas al óleo, ignorando tallas escultóricas de mayor importancia, si bien es cierto que estas esculturas suponían una mayor dificultad en el traslado.
Los vecinos de Olivares no sospecharon nada esa noche, sin embargo, por la mañana llamó la atención el que en el muro norte de la iglesia, justo donde se encuentra ese espacio cegado de acceso a la iglesia, estuviera apoyado un ramaje un tanto sospechoso. En efecto, tras apartar el ramaje se pudo contemplar un auténtico “butrón” en el muro, que hacía presagiar lo que parecía ya inevitable.
Se abrieron apresuradamente las puertas de la iglesia y se vieron los desperfectos ocasionados en el muro del lado del Evangelio. A su vez, se revisaron las tablas una por una, y se comprobó que habían sido robadas un total de diez pinturas.
El expolio afectaba sobre todo a la predela. De aquí desaparecieron las pinturas que representaban a los profetas Jeremías, Isaías y Balaán, la de los reyes de Judá, David y Salomón, y la de la Sibila Frigia. Las pinturas alusivas a la vida de San Pelayo fueron ignoradas, así como las del último cuerpo del retablo. No así las escenas de la Anunciación, Nacimiento de Jesús, Epifanía y Presentación del Niño, pertenecientes al segundo cuerpo, que también se robaron.
Visto el hurto, está claro que los delincuentes tenían en mente que tablas iban a robar, dejando de lado otras obras de gran relevancia, como el Cristo de Berruguete. Es muy posible que actuaran conforme al mercado del arte, esto es, que supieran de la dificultad de vender ciertas obras del retablo y por consiguiente seleccionaran aquellas que les fuera más fácil desprenderse.
Al conocer la noticia, todos los olivareños nos sentimos indignados por lo sucedido y no dábamos crédito a la forma tan espectacular que adoptaron para entrar a robar. Se podía pensar que la entrada sur sería el lugar más “idóneo” para acceder al edificio. No obstante, es una zona muy visible, lo que inclinó a los ladrones hacia el oscuro lado norte. Sólo les podían inquietar la presencia de la casa de unos vecinos a escasos 20 metros. Los ladrones eligieron un espacio cegado, que seguramente fuera un acceso hacia el cementerio, situado con anterioridad en esta zona norte. Realizaron un amplio boquete, extrayendo varios sillares de la parte exterior del muro. La presencia en la zona de una viga hizo suponer que los ladrones se ayudaron de la misma para empujar el resto de sillares y materiales presentes, pudiéndose abrir paso hacia el interior de la iglesia. Fruto de esta acción, algunos cascotes cayeron de lleno en la tabla del profeta Daniel, causándole desperfectos que posteriormente habría que subsanar. La tabla sufrió un impacto central que la descompuso en varios trozos.
En cualquier caso, no era el momento de buscar responsabilidades, había que coordinar al departamento de policía especializado en expolios artísticos e intentar recuperar cuanto antes la totalidad de las tablas robadas. Eran unos momentos de confusión entre las autoridades. Por un lado, el párroco de la iglesia quería que se terminaran las obras del ábside mayor y se produjera el ensamblaje del retablo, aunque faltaran piezas. Esta es una postura lógica, teniendo en cuenta que las piezas, una vez ensambladas, estarían más seguras en su ubicación habitual.
A pesar de ello se adoptó una medida igualmente acertada, ya que el Arzobispado de Valladolid decidió que las piezas fueran trasladadas al Museo Diocesano, custodiándose aquí hasta su ensamblaje definitivo. Fue una decisión tomada apenas unas horas después del conocimiento del robo.
Llegaba el mes de mayo de ese mismo año y con él las buenas y esperadas noticias acerca del paradero de las pinturas robadas. La policía recuperaba en Madrid las piezas expoliadas en el mes de enero, deteniendo a tres personas como presuntos autores del robo. El estado de las mismas no era malo, aunque a simple vista se observaban ligeros deterioros, fruto del contacto de las pinturas con otras superficies cuando éstas fueron transportadas y almacenadas por los delincuentes. A pesar de la buena noticia, la policía confirmó que no se había podido recuperar la tabla del profeta Balaán, perteneciente a la predela del retablo.
Una vez recuperadas las tablas robadas se procedió a la entrega oficial de las mismas al Museo Diocesano. El Delegado del Gobierno en Castilla y León y el Jefe Superior de policía entregaron de forma conjunta las obras al teniente vicario general de la Diócesis, para su custodia. Después de tal acontecimiento los óleos se expusieron un tiempo en el Museo Diocesano, pasando posteriormente a las dependencias que albergaban el resto delretablo, a la espera de poder ensamblarse definitivamente en la iglesia de San Pelayo.