Vivimos presos del presente, del juez implacable que da y quita razones conjugando otro verbo, en otro tiempo. Su conjugación nos invita a soñar o a recordar desde la que estamos.
No existe más posibilidad que residir anclado a la tierra que avanza o retrocede, sin permitirnos ser parte del ayer o del mañana, si no es desde una resolución efímera, expectante.
Y, cuando te apercibes de que es él, implacable bandolero, el mismo tiempo que te aprisiona ahora te desata las manos y te hace parte de otra realidad desencadenada.
Observas a los demás devenir con su gracia natural, con su prisa aprendida. Y comprendes que todo necesita su poso, incluida las obras que tanto de nosotros exigieron. Esas obras que, como las cofradías nos exigen los años que no nos verán los días que serán, o no.
Entonces te das cuenta de que, en esto como en todo, manda el presente que ya no es presente porque el tiempo te ha enseñado su camino, sin manecillas ni segundos. Es una realidad total, globalizante, que nos muestra lo que no somos y, a la vez, el potencial eterno de las cosas.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: El arte de lo efímero