Suspira el querubín mientras bate sus alas, riéndose mientras hace de pitoniso. Quedan pocos días para el nuevo año y ya intuye cosas que podrían pasar, como unos nuevos y agitados cultos en cierta cofradía donde se quieren tender puentes, entre el capataz, la junta de gobierno, el párroco y una mujer.
Su halo de Ángel le dice que en algunas juntas no hay esa misma aura de pureza suya y que, desde la sombra de una capilla caliza, a algún hermano mayor lo podrían hacer abdicar, como el rey que lo hizo este año, cinco minutos antes de que lo echen. Y se pregunta el alado si el abdicado irá a llorar su pena ante la tumba del Rey Santo.
Suspira la predicción del querubín por capataces con cuadrillas indolentes también aguardan el año nuevo. Cuadrillas (unas que se fueron, otras que están por echar), que se ponen costales fernandinos o dominicos. Y capataces que no podrán tartamudear para hacer limpia de los vicios del pasado o igualar el listón de los que se fueron.
Joaquín de Sierra i Fabra
