Nunca nadie sabrá todo lo que te escribí en código para que solo tú y yo lo supiéramos. Nadie tiene que saberlo más que tú. Nadie sabrá como fueron aquellas navidades infinitas donde la ilusión convertía cualquier cosa en posibilidad. Nadie. Aunque, ahora, la nostalgia que me lleva por su calle llena de penumbras me hace comprender el otro lado de la Navidad.
Olía a leña, a nacimiento, al hogar confortable que asemejaba una fortaleza donde nada podía tan siquiera rozarme. Se escuchaban risas y en el pecho nunca cupo tanta felicidad. Nada de aquello se podía romper.
Y se rompió y todo se descompuso, las risas se tornaron en la búsqueda de paraísos efímeros que pretenden conducir a la felicidad, pero que nunca se pueden confundir con lo puro. Ahora, miro a Marcos y deposito mi alma, condenada desde hace tanto, en su sonrisa franca. Ahora comprendo que, desde tu orilla, la felicidad era la que preludiaba el final. Sin embargo, no dejo de aferrarme a tu recuerdo y al de los te quiero que me faltaron. Feliz Navidad.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El Cirineo: La Navidad de Otro Tiempo