Suspiros de querubín que llegan hasta el centro de la ciudad, pastoreando por las esquinas y llenándose de líneas y renglones de revista. Suspiros que van recomendados a ver si el alado consigue un trabajo terreno para pagar las deudas del cielo. Y a él, como a alguien que conoce, le redactan cartas de recomendación tan fastuosas como aquellas en cuya rúbrica se nota que firman las mismas manos que consagran en los altares.
Pero una palmada en la espalda no sirve para que el Ángel se ponga alegre tras ver el drama del divorcio entre amigos que lo fueron y a los que una espina se les clavó en la mano que toca el llamador. No sabe el querubín, si el haberse juntado de nuevo será por puro amor o por conveniencia o, porque una de las partes teme a las horas que se acercan a la madrugada que va de jueves a viernes.
Joaquín de Sierra i Fabra