Blas Jesús Muñoz. Existe en nuestras cofradías la conciencia -o la falta de ella- sobre lo qué debe y cómo debe ser la estética de un cartel. Así, desde los carteles de los happy ´50, pasando por la fotografía de los vanguardistas ´80 y ´90 o por el hiperrealismo pictórico de los 2000, hasta alcanzar la composición o foto-montaje actual, la evolución natural del cartel ha derivado en que poco ha sido el consenso en torno a alguno en concreto.
Hace ya algún tiempo, alguien me dijo de cierto cartel (no daremos más detalles para no ofender a nadie) que más que representar a la Semana Santa de cierta ciudad andaluza parecía la serigrafía de una lata de carne de membrillo. Todo ello, no viene sino a demostrar que el criterio es tan cambiante como la meteorología en primavera. Y, al igual que con las estaciones de penitencia, hay quien se arriesga y se pone chorreando y quien es timorato y luego ni gota de lluvia.
Una paradoja espacio-temporal que nos ha llevado por bifurcaciones permanentes y que nos mantiene lejos de aquella estética unitaria y costumbrista de principios del siglo pasado que, en su momento, bien demostró el objeto de un cartel que, no es otro, que representar de la mejor manera posible aquello que se anuncia.
Entre tanto, pinturas, fotografías y algún que otro invento naïf empapelan la ciudad al llegar la Cuaresma de una manera tal que podríamos perfectamente salvar el Amazonas y la Selva de Polinesia con el papel que ahorraríamos, de parar en seco. No es que no haya buenos carteles, que los hay. Pero la sobreproducción, como en la sociedad mercantilista, genera obras de supermecado, mil y una repetidas, como si estuvieran de oferta. Al cofrade y al que no lo es, lo mejor que le puede producir es un empacho que no se quita ni con sal de frutas, protector estomacal o jarabe para cortar el vómito.
Habitamos en una saturación que llega al extremo de apartar a devotos en un besamanos para que los "tirafotos" (no confundir con los fotógrafos, aunque algunos de aquellos se crean de éstos) puedan sacar bien su instantánea. Y aunque abordaremos el tema más adelante (y de quien antepone la cámara a sus cargos), ello nos debería invitar a reflexionar y observar el mercadillo ambulante en que estamos convirtiendo a las cofradías.
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