Dicen que los seres humanos son los únicos animales que tropiezan dos veces con la misma piedra. Aceptando como cierta esta premisa, creo firmemente que es aplicable a todos los humanos salvo a los cofrades, que han demostrado fehacientemente ser capaces de hacerlo perfectamente tres, cuatro, cinco veces... y así hasta el infinito, sin morir en el intento.
Que se lo pregunten a las hermandades que estrenan un paso nuevo sin haber terminado el anterior, que a su vez sustituía a otro que jamás superó la fase de bañera, o los que cambian el misterio que acompaña a su titular cada equis tiempo, o que sacan a la calle un palio nuevo cada veintitantos años, o los que se empecinan en votar a individuos con especial sensibilidad en varias fases de su historia, para que se hagan cargo de la vara dorada y gobiernen los destinos de la corporación directamente hacia el sumidero de la destrucción.
Porque a veces parece que nos guste golpear nuestras cabezas contra las paredes, y perpetuarnos en concepciones erróneas de lo que debe ser una hermandad sin parecer enterarnos absolutamente de nada, en todo un alarde de masoquismo que haría las delicias del mismísimo Torquemada.
En estos días, dos importantes hermandades cordobesas exponen al gran público buena parte de su patrimonio presente y futuro. Si algún hermano, de los que ha echado los dientes correteando por una casa hermandad, recorre sendas muestras, probablemente llegará a conclusiones parecidas a los sentimientos que se despertaron en mis entrañas al revisar las primeras fotos que llegaron a mi poder.
A pesar del incuestionable valor artístico de varias de las piezas expuestas, existe en otras, un componente que no puede ser cuantificado económica ni patrimonialmente sino que conlleva un valor que los cursis denominarían sentimental.
En la exposición de la Paz, que es la que me toca directamente, las piezas que más han despertado mi sentimiento, las que más ilusión me han provocado, son las que guardan relación con el pasado que se marchó, el San Juan, el Señor de las Penas (lo siento, no me gusta nada lo de Penitas), el manto de la ensaladilla, los banderines antiguos, el estandarte de San Francisco, el de la Inmaculada, el antiguo misterio de Humildad... seguro que un entendido en arte se llevará las manos a la cabeza y desdeñará el valor de muchos de estos elementos, pero para los que hemos mamado lo que significa una hermandad desde que vinimos a este mundo, sabemos que hay cosas que tienen muchísimo más valor que lo que se puede derivar de ciertos diseños por más que se adornen de metales preciosos.
Esto, en las cofradías, hay muchos que aún no lo han entendido y probablemente jamás lo entenderán. De nada sirve enriquecer el patrimonio de una hermandad durante un mandato si lo más importante de lo que significa la palabra hermandad se ha menospreciado sistemáticamente, si se ha mostrado la puerta de la calle a decenas de hermanos, si se ha logrado que los cultos estén cada año más y más vacíos, sencillamente porque muchos han decidido no pisar la que un día fue su casa porque han sufrido un daño casi irreparable por el egocentrismo, la prepotencia y la ausencia del más elemental sentido de humanidad de algunos de quienes han regido los destinos de la cofradía.
Por eso los pasos emprendidos por quienes dirigen ahora me parecen adecuados, porque recuperar parte del patrimonio sentimental, del pasado de todos, se me antoja infinitamente más relevante que bañar de plata a la que reina en nuestro altar de cabecera, que dicho sea de paso, de nada necesita para gobernar nuestros corazones. Excelente la decisión de celebrar una eucaristía en honor del Señor de las Penas de San Lorenzo, no estaría de más que se convirtiese en costumbre anual, como lo es el evento que tendrá lugar este próximo 24 de febrero, hace años que vengo reclamando que ese día debería ser celebrado en la hermandad. Magnífica la recuperación del San Juan, quiero pensar que mediando una lógica y justa contraprestación a sus propietarios, no como lo intentaron otros en el pasado, "de gratis", que hay que ser usurero. Muy buena iniciativa también la adquisición de los antiguos respiraderos. En definitiva, una línea de actuación la iniciada que espero fervientemente que tenga continuidad. Para los pregoneros, quede claro una vez más que cuando hay que felicitar, se felicita, del mismo modo que cuando toque lo contrario, se hará.
Y ahondando en este criterio adoptado, inesperado para muchos entre los que me encuentro, lo reconozco, decía el otro día y repito, que bien harían los actuales dirigentes de la corporación capuchina en profundizar por este sendero iniciado, explorando las posibilidades que puedan existir para que el Señor de las Penas un día pudiera convertirse en un Titular de la hermandad, a sabiendas de la dificultad que se deriva de la empresa, seguramente insalvable, lo que no es óbice para debiera intentarse. Ese sería el mayor legado que podrían dejar a la posteridad, la más importante adquisición, salvando a nuestros titulares, que jamás haya realizado ningún dirigente de la historia de la hermandad, más allá de canastos dorados, caballos o palios bordados, aunque jamás lo comprendan quienes corren el riesgo de morir asfixiados en el incienso que ellos mismos, en su infinita arrogancia, se regalan con las historietas que derraman cada vez que abren la boca, como el abuelo Cebolleta, mientras los demás, que sufrimos la penitencia de tener que soportar sus insufribles hazañas, deseamos estar en cualquier otro lugar del universo mientras dura el suplicio de soportar su soberbia verborrea, soberbia de pollo que se cree pavo real, no de magnífica, que nadie me malinterprete.
Y ahondando en este criterio adoptado, inesperado para muchos entre los que me encuentro, lo reconozco, decía el otro día y repito, que bien harían los actuales dirigentes de la corporación capuchina en profundizar por este sendero iniciado, explorando las posibilidades que puedan existir para que el Señor de las Penas un día pudiera convertirse en un Titular de la hermandad, a sabiendas de la dificultad que se deriva de la empresa, seguramente insalvable, lo que no es óbice para debiera intentarse. Ese sería el mayor legado que podrían dejar a la posteridad, la más importante adquisición, salvando a nuestros titulares, que jamás haya realizado ningún dirigente de la historia de la hermandad, más allá de canastos dorados, caballos o palios bordados, aunque jamás lo comprendan quienes corren el riesgo de morir asfixiados en el incienso que ellos mismos, en su infinita arrogancia, se regalan con las historietas que derraman cada vez que abren la boca, como el abuelo Cebolleta, mientras los demás, que sufrimos la penitencia de tener que soportar sus insufribles hazañas, deseamos estar en cualquier otro lugar del universo mientras dura el suplicio de soportar su soberbia verborrea, soberbia de pollo que se cree pavo real, no de magnífica, que nadie me malinterprete.
Pero sea como fuere, los actuales dirigentes de la hermandad deberían tomar también buena nota de que aunque el camino elegido puede estar avanzando con el rumbo adecuado, lo más importante de todo debe pasar por reconstruir lo destruido por quien quemó la tierra para vencer una guerra miserable y reparar el daño causado por quien después de causarlo observa desde la distancia pavoneándose de su proeza. Esta es la tarea más importante de todas cuantas tienen encomendadas y en la que de momento, sin restar mérito alguno a los pasos acertados, en mi opinión, todavía queda casi todo por hacer.
Su obligación es recuperar a los perdidos, y no basta con abrir de par en par las puertas que un día estuvieron vergonzosamente cerradas, deben salir a la calle a buscarlos, lo dije hace meses y lo vuelvo a repetir. Bravo por las decisiones acertadas, pero algunos seguimos echando en falta algo más, mucho más... ese algo que va más allá de lo meramente testimonial o patrimonial. Deben hacer un esfuerzo en este sentido. De lo contrario la fractura creada por sus predecesores jamás se subsanará, la herida nunca cicatrizará y se correrá el riesgo de que un día, maldita sea la hora, aquella piedra con la que toda una hermandad tropezó dos veces para su desgracia, pretenda regresar una tercera para salvarla de la misma miseria que su presencia provocó. A ver si aprendemos de una vez que en una hermandad el patrimonio sentimental y sobre todo el humano son los más importantes. A ver si aprendemos de una vez que a veces hay que desandar lo caminado para coger impulso y crecer como se debe y no artificialmente. A ver si aprendemos de una puñetera vez...
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo: Parásitos