Blas Jesús Muñoz. De repente, te descubres preso. De repente, tus ojos buscan con empeño la caída de los suyos con la necesidad acuciante de que descubran tu necesidad. De repente, la cuenta te lleva por el camino de su frente ajada, atravesada de piel que se resiste y se entrega, que se curte y se consuela.
De repente, quieres apretar tus manos contra las suyas y desatarlas para que te las aten a ti con su coraje. De repente, el sueño se va mostrando con su realidad de hechos y días, de realidades y sorpresas, de destinos que nadie imaginara. De repente, el imaginero se convirtió en un hombre más, anónimo ante ese rostro que ahora camina con luz propia. De repente, el río ya no nos estrecha y separa en su margen, mientras los nazarenos avanzan su esfuerzo inmanente.
De repente, las calles, su multitud homogénea, te han guiado predispuestas por cada rescoldo de tarde soleada de horizontes esculpidos sobre la piedra de los muros que muestran señales, hasta hace unos instantes, inexistentes. De repente, en un cruce del camino -bajo el soporte pétreo del arco- el dolor es compartido y tus ojos van cayendo hasta encontrar el suelo para dejarlo marchar porque has comprendido que el Señor del Silencio ha marcado el rito iniciático de tu camino.