Blas Jesús Muñoz. Nos hemos acostumbrado a vivir en la cultura del demasiado. Qué demasié, rezaba aquella canción de Sabina. Y se podría aplicar a numerosos aspectos de nuestro devenir cofrade, en un fluir que sorprendería al propio Heraclito.
Exceso de información -aunque las noticias en sí sean solo lo que son sin cualidades cuantitativas-, un fluir inagotable de actos, un caudal intenso de imágenes que alumbran la piel tersa de los carteles que estos días visten la ciudad... Pregones y exaltaciones que describen cada aspecto preciso de nuestras cofradías.
Uno de ellos, quizá, de los más recientes es la Exaltación del Nazareno. Paradójicamente, la figura más imprescindible de cualquier cortejo y, con demasiada frecuencia, la más olvidada. Con datos en la mano, el número de hermanos que visten la túnica de su cofradía decrece prácticamente en todas las capitales andaluzas, salvo en Sevilla donde se produce el efecto contrario.
El anuncio de una decadencia que, seguramente, se deba a factores de diversa índole, pero que -desde algunos sectores- aun se tiene la conciencia de que, sin nazarenos, no hay Semana Santa.
Así lo ha entendido la Hermandad de la Sangre que, este próximo viernes, celebrará su II Exaltación del Nazareno. Más allá de nombres, de cuanto se pronuncie, de aplausos y silencios, ya el nombre y encontrar un cartel donde el nazareno sea, por una vez, el protagonista es mucho en esta época donde importa lo que importa y donde pasar unas horas envuelto en el anonimato, ahora se erige en la rareza. Quizá, un pregón de este tipo sí sea motivo para una extraordinaria.
Recordatorio El cáliz de Claudio: Mil mentiras sobre los cofrades