La noticia saltó a la opinión
pública este lunes. La Hermandad del Silencio, la “Madre y Maestra”, censura a
sus nazarenos que suban fotos a las redes sociales alegando que el anonimato es
consustancial a vestir la túnica, de tal modo que instan a los hermanos a no
publicar fotografías en las redes sociales vistiendo la túnica y a cara
descubierta para salvaguardar el anonimato… ahí queda eso.
En ciertos sectores se ha armado
la marimorena, que si la libertad individual, que si actitudes inquisitoriales…
en fin, qué quieren que les diga, yo estoy absolutamente de acuerdo.
Vivimos en un mundo en el que el
afán de protagonismo se sitúa en la zona más elevada de la pirámide de
necesidades de Maslow que algunos estudiamos en la facultad. Para quien no lo
sepa, la pirámide de Maslow, o jerarquía de las necesidades humanas, es una
teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra Una teoría sobre la
motivación humana de 1943. Maslow formula en su teoría una jerarquía de
necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más
básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan
necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide). En una
sociedad en la que los niños no quieren ser médicos ni científicos sino
futbolistas famosos, en la que la bazofia de Gran Hermano cumple la edición
número tropecientas (no tengo ni idea de cuál, me quedé en la primera), en la
que personajillos como Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez y engendros por el
estilo se han convertido en referentes de opinión y en la que el telepredicador
vendeburras de Pablo Iglesias tiene posibilidades reales de convertirse en
Presidente del Gobierno, a nadie debería extrañarle que el afán de notoriedad
esté en la cúspide de las necesidades que todo individuo desea satisfacer a
toda costa.
Y esta necesidad psicológica se
alimenta sin lugar a dudas por la existencia de las redes sociales que permiten
que la voz de cualquiera, si se dice en el momento adecuado y mencionando a las
personas oportunas, pueda ser leída o escuchada por miles de personas, lo que
representa un fenómeno impensable hace tan sólo unos años. La prueba está en lo
ocurrido con GdP el pasado sábado. La caída de nuestra página provocó un
aluvión de reacciones de apoyo y satisfacción, no a partes iguales desde luego,
en esto ganaron por goleada nuestros amigos y seguidores a nuestros
detractores, que podría antojarse desmesurado para una humilde página que más
allá de la información que ofrece cada día, se limita a aportar una visión
alternativa a la voz oficial de los poderes fácticos, una opinión políticamente
incorrecta si se quiere, lejos del tradicional apoyo al poderoso por parte de
los medios del Régimen. Sin embargo, unos sencillos opinadores parecemos gozar
de una relevancia que sin el uso de las mencionadas redes sociales sería
imposible e impensable.
Hoy, el cofrade de a pié dispone
de una cuenta de Twitter o Facebook con cientos de seguidores o amigos que son
potenciales lectores de lo que twitean o cuelgan en su muro y eso, para el común
de los mortales es una tentación demasiado poderosa. Como bien indica el
boletín de la Hermandad del Silencio, la clave está en que la propia esencia de
ser nazareno implica anonimato, ausencia de notoriedad. En la hilera de cirios,
el nazareno se convierte en un grano más de una playa de devociones y promesas,
en una gota más de un caudal de emoción y sentimientos compuesta por cientos o
miles de gotas idénticas entre si. En la medida en que alguna de estas gotas se
ponga un lazo rojo en el capirote como en el famoso chiste, para dejar de ser
un igual entre sus hermanos, para convertirse en diferente y especial y
adquirir una relevancia que en el desempeño de esta función concreta no le
corresponde, no está de más que la hermandad llame la atención poniendo el
énfasis en lo que se debe o no hacer como hermano de la corporación.
Habrá quien diga que es fácil
exigir a los miembros de un cortejo cuando se es una cofradía de la Madrugá
sevillana, con un cuerpo de nazarenos que ha aumentado un 30% en los últimos 20
años, de los 783 que realizaron la estación de penitencia en 1994 a los más de
mil de la actualidad y que otro gallo cantaría si el cortejo apenas superase
los doscientos cirios, como sucede en buena parte de las cofradías de otras latitudes.
Puede que no les falte razón a los que lo dicen pero no es menos cierto, que
una organización debe necesariamente establecer sus normas de funcionamiento y
los compromisos que han de observar sus miembros de manera necesaria, con
independencia de que ello pueda tener consecuencias negativas en número.
Como tampoco lo es que tal vez
sea esa precisamente, la propia idiosincrasia de ser nazareno, que obliga al
anonimato, lo que motiva precisamente que no se aprecien incrementos
significativos en el número de integrantes de los cortejos, más allá del caso
sevillano que goza de una innegable y centenaria tradición de vestir la túnica,
que se transmite de generación en generación y de la que adolecen otras
“semanas santas”. Es indiscutible que no está de moda ser nazareno. Lo que está
de moda es ser costalero, capataz, contraguía, servidor, músico, acólito,
fotógrafo o un integrante más de la infinidad de personajes que pululan
alrededor de los pasos, con un traje de chaqueta, y en muchos casos, sin que nadie
sepa exactamente la labor que desempeñan. En esto no hay crisis que valga. Todo
lo que suponga ir a cara descubierta, saludando a diestra y siniestra,
abrazándose con todo aquél que creemos conocer, aunque sólo sea de vista,
recibiendo palmaditas a lo largo de todo el itinerario y siendo potencial
objeto de fotografías o vídeos, implica notoriedad y por tanto, gusta y está de
moda.
Llegará un momento en que este
tipo de personajes superen en número a los cortejos. Ya sucede prácticamente
con algunas cuadrillas cuyos componentes son casi tan numerosos como los que
portan cirio, pavoneándose de manera vergonzante delante de la presidencia o
entre los ciriales, cuando no les toca trabajar, en lugar de salir
discretamente hasta situarse detrás del público sin acaparar miradas y focos y
sin molestar al normal funcionamiento de la cofradía, que muchas veces tiene
más problemas para andar por su culpa que por los denostados cangrejeros. Urge
una labor educacional por parte de las hermandades para que el cofrade de a pié
entienda cuál debe ser la esencia de acompañar a nuestros titulares, de manera
callada, silenciosa y anónima. En caso contrario perpetuaremos esta absurda
situación que amenaza con terminar con nuestras cofradías tal y como las
conocemos, puede que no en Sevilla, donde está arraigada esta tradición que les
mencionaba, pero si en muchos otros lugares. El costalero, el músico o el
capataz son muy importantes para la Semana Santa, pero sin nazarenos, no
existirían las cofradías, ya lo dijo hace nada Antonio Varo en GdP.
La Hermandad del Silencio ha dado
un primer paso llamando la atención a la parte más débil, a la que generalmente
no está organizada y que por tanto es más fácil que atienda a los
requerimientos sin rechistar. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato a las
bandas o las cuadrillas?, ¿quién se atreverá a decirle a un capataz o a un
director que forma parte de su obligación lograr que sus costaleros o sus
músicos no se hagan selfies delante
del paso y que ocupen el lugar que les corresponde cuando no están en la
trabajadera o tocando?. Alguien ha iniciado lo que puede ser un proceso
interesante, el tiempo dirá si tiene un desarrollo adecuado… si ha servido para
algo.
Guillermo Rodríguez