Blas Jesús Muñoz. El trayecto se construye de instantes pequeños, de narraciones independientes que se unen por los trazos más insospechados. Historias personales que no se van contando, ni aparecerán en las crónicas, libros y puede que, ni tan siquiera, en un boletín que espera sus Cuaresmas.
Los nombres quedarán en el poso latente del pretérito que lo cubre todo con su capa invisible para dejarnos en el presente justo. Ése en que, delante de la Imagen, todo se antoja ternura, nostalgia, emoción. El momento en que, al despedirnos de ella, ya nos invita a trazar sobre la línea invisible del pensamiento historias que pudieron ser, que ensoñamos, que no tienen mayor verdad que el fruto de nuestra imaginación que, en ese momento, es más auténtica y real que la realidad misma.
Trazamos instantáneas mentales que, de repente un día, se juntan para formar un todo, una visión completa de la realidad. El rompecabezas de nuestros sentidos cobra una línea armónica que lo explica todo. Fotografías que atrapan el momento del nazareno, del costalero, de la esclavina, del capataz... Se conjunta un todo que, por arte de fe, devoción y entrega dibuja una cara conocida, la silueta del capataz de sus vidas, el rostro de Jesús del Calvario.