Continúa el gotear de días que
resbalan por la fachada de la cuaresma, y alguna que otra gota trae un
regustillo amargo, turbio. Todos los años me indigno con ello pero nunca he
escrito nada al respecto. Hoy es el día. Es cada vez más habitual que durante
los traslados típicos de estas fechas hasta los lugares desde donde los
Sagrados Titulares, se lleve acompañamiento musical detrás. Agárrense que
vienen curvas.
El problema tiene la misma raíz que muchos otros, algunos de los cuales ya se han comentado en Gente de Paz.
Ese origen está en pretender transformar en una procesión cualquier acto
religioso que, si bien no tiene por qué ser una expresión externa de la fe, al
menos sí que se produce en el exterior de los templos. Y cuando digo una
procesión, me refiero al sentido menos espiritual de la palabra, es decir, el
folclórico. Acompañar un traslado musicalmente, con marchas que son
interpretadas en cualquier estación de penitencia, no es otra cosa que ponerle
dos velas enormes al becerro de oro. Lo de siempre.
No sé exactamente cuándo ni donde se
sitúa el origen de este hecho. Lo que sí sé es que si tuviera lugar en algún
pueblecillo o localidad no capitalina, de inmediato se tildaría de catetada y
“coso” pueblerino. Pero resulta que en uno de los lugares que tiene más
repercusión (no digo que sea el único, me consta lo contrario) es el fetiche
del kofradito de turno, que está encantado de poder ¿disfrutar? una “Madrugá”
2.0 en plena cuaresma, con sus cornetas, camaritas, vítores y bullas. Y parece
que hay miedo a criticarlo, no lo entiendo.
Lo que está mal, está mal aquí, en
Pekín y en Pokón (parafraseando a algún iluminado). Convertir un traslado,
vía-crucis, retranqueo o lo que fuere en tal circo escapa de toda lógica. Suficiente
hay con el espectáculo que se forma una vez al año en según qué Hermandades. Y
eso que dicen que una vez al año no hace daño (dicen, yo empiezo a dudarlo). Pero
si esto empieza a calar y a verse con buenos ojos, como parece estar
ocurriendo, no quiero ni pensar dónde vamos a acabar.
Si la ostentosidad y el folclorismo
no deberían ocupar más que un lugar terciario en una estación de penitencia, en
un traslado es que no debería haber lugar alguno para ello. Se trata de llevar
a las Sagradas Imágenes de un lugar a otro, por el motivo que sea, ¿qué lugar
hay para el lucimiento? Me pregunto qué interés habrá en que se forme bulla
delante y alrededor de la parihuela de traslado. Porque no me querrán hacer ver
que el 100% del “público” que asiste a tal espectáculo lo haría si en lugar del
solo flamenco de la corneta y la mecida a compás del tambor de la parihuela
(por más que trato de hacerlo parecer serio, no me sale) sólo hubiera silencio
o como mucho un trío de capilla, ¿no? Y me vuelvo a preguntar… ¿Para qué
alimentar y atraer a esa gente? De verdad pienso que estamos creando un
monstruo que se empieza a escapar de las manos, y que tarde o temprano, si no
es que ya sucede, tomará el control de las Hermandades y Cofradías. Que, por
cierto, a priori fueron concebidas para evangelizar. Y no para crear una
religión paralela politeísta cuyos dioses son el costal, la corneta y la bulla,
bajo el cobijo recurrente del folclore.
Cada momento tiene su idiosincrasia,
no se puede convertir cualquier acto de la Hermandad en un numerito circense. La
sobriedad, el recogimiento y, sobretodo, la oración parecen condenados al
exilio por el rumbo que está tomando todo lo que engloba el concepto de
Hermandad. La magia de la Semana Santa reside en su fugacidad, si esta desaparece…
Estaremos convirtiendo, una vez más, lo extraordinario en ordinario. Cualquier
excusa va a ser buena para contratar una banda, montar al titular en una
parihuela, paso o similar y a jugar ser el Cristo del Compás. Sinceramente se
lo cuento: a veces, en mi retorcida mente pienso que no sería del todo malo “encerrar”
las Hermandades en los templos unos añitos, realizar todos los actos de forma
interna y que hubiera una profunda depuración (sería más políticamente correcto
decir conversión, pero ya saben que no me va eso) en el orbe de lo cofrade. Así
no haría falta realizar traslado circense alguno.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Treinta corazones, un solo latido