El baremo para medir la vida de una hermandad es el número de hermanos que la integran. Por ende, su vida como cofradía, se palpa como sus hermanos cumplen sus reglas. La regla principal de una hermandad, no es otra que la protestación pública de su fe por las calles de la ciudad, haciendo estación penitencial, a ser posible, en el primer tempo de la misma. Las normas están escritas, pero se incumplen en la mayoría de las ocasiones, bien por desconocimiento, por desidia, o por falta de educación cofrade. El caso es que en la mayoría de los casos, salvo en algunas corporaciones con las ideas claras, pocas son las hermandades que se nutren en sus salidas procesionales con un número de nazarenos acorde a su nómina de hermanos.
Y es que en esta Córdoba, discreta y acomplejada, en la mayoría de los cortejos procesionales se observa un número exiguo de hermanos nazarenos. Para colmo estos suelen ser de edades tempranas, niños, adolescentes y sin la formación, ni conocimiento de lo que están haciendo, que no es otra cosa que una estación penitencial y no un desfile de carnaval cual febrero se tratara. Es misión de las hermandades formar a sus hermanos de manera formal y concisa. Hay que hacer ver el motivo fundamental por el que se forma parte de una hermandad. Excusas como las 'de ya no tengo edad', 'eso es cosa de niños' o 'es que me canso', tienen que ser desterradas de una vez y para que eso ocurra hace falta un trabajo extra para los que rigen los destinos de todas y cada una de nuestras corporaciones, hermanos mayores, juntas de gobierno, clérigos, consiliarios y curas incluidos.
Es lamentable que con diez parejas por tramo, muchas cofradías cordobesas se den por satisfechas. Es triste ver cortejos con un número exiguo de nazarenos de luz y que incluso se dejen de cobrar papeletas de sitio a personas con el solo objeto de 'hacer bulto', como si de extras para la ocasión se contratasen, cosa no sería de extrañar ocurriese en un futuro no muy lejano. Triste también que el nazareno en ocasiones, muchas, importe poco a la hermandad. Se cuida, incluso se costean, a cuerpos de acólitos, personal externo y qué no decir de las cuadrillas de costaleros, que a fin de cuentas no son más que servidores de la hermandad que no deben de tener el protagonismo que hoy tienen, y que no es otro que el que se le ha dado por conveniencia de unos y de otros.
El costalero tiene sus gratificaciones en forma de camisetas, ostentosas sudaderas, bocadillos, guisos de arroces en momentos puntuales y vales para cervezas y refrescos. Son tratados como héroes, como protagonistas del drama pasional, mientras la figura del nazareno es ninguneada con subidas de cuotas, altas papeletas de sitio, forma de andar cansina y antinatural y un trato muy desigual respecto a los que ciñen costal y faja.
Es el reflejo de un coloso con pies de barro. Hemos creado algo que pretende ser grande sin base alguna. El cofrade debe de tener claro donde debe de estar y como. Su sitio natural es el habito y el hacha de cera, lugar al que debe de volver cuando abandona la trabajadera o el martillo y no las aceras ni las bullas en torno al paso. Es el puesto del cofrade por excelencia.
Si queremos filas de nazarenos plenas, con luz, de manos marcadas por venas y arrugas, hay que mentalizarnos que la formación es vital por parte de todos los que gobiernan el mundo cofrade. Es tarea de todos, lo malo es que algunos de los que mandan, y mucho, jamás se han cubierto el rostro por un antifaz salvo cuando se han disfrazado del Zorro en un baile de disfraces.
Quintín García Roelas
Recordatorio La Feria de los Discretos