Cualquier tiempo pasado fue mejor, dice el refrán. Siempre he considerado
que esta afirmación tenía poco de positiva y mucho de acomodada, pero pasada
esta Semana Santa es un pensamiento que me aborda con frecuencia. Quien me conozca
sabrá que apenas me he adentrado en la veintena, y quizá resulte atrevida la
línea argumental del artículo por aquello de hablar sobre cómo era la Semana
Santa hace unos años, y cómo es hoy en día respecto a ello.
Como siempre hago, trataré de ofrecerles una visión propia de los hechos,
que además tengo la impresión de que es un mal común en la gran mayoría de
lugares con Cofradías en la calle. Le doy vueltas y vueltas, ¿cuánto ha
cambiado nuestra Semana Santa con respecto a hace 15, 20 o 30 años? Pongan
ustedes la cifra que quieran. Antes no había redes sociales, y la LOGSE
macarena no había hecho supuestos estragos en la juventud. Tampoco había
doscientas bandas por ciudad de las que hacerse hooligan. Tengo dudas sobre el mundo del costal, no sé si estaría
tan contaminado como hoy en día, donde en la práctica es un lobbie más de los que contiene una
Hermandad. Con respecto al público, me cuesta pensar que hubiera la desfachatez
y la, entre usted y yo, poca vergüenza que hay hoy en día, sean mayores o menores.
Los pasos son mejores, la imaginería ha avanzado mucho, el patrimonio
artístico en general ha crecido indudablemente, incluso se podría decir que hay
una mayor concentración de bandas de calidad que hace unos años. Lo de externo
ha ido enriqueciéndose, pero… ¿Qué hay de lo que no se percibe, o a veces de lo
que directamente sí que se ve o escucha? Hace varios años en mi ciudad los
comercios apagaban sus luces al paso de la Hermandad del Silencio y del Santo
Entierro (que yo sepa, igual había alguna más). En la actualidad, no sólo los
comercios desarrollan su actividad a pleno rendimiento a pesar de que una
Hermandad de negro –como si es de amarillo pollo- pase por sus puertas, es que
he llegado a ver cómo se celebraban con griterío y bocinas los goles de la
final de la Copa del Rey mientras un paso cruzaba plena Carrera Oficial.
Incluso tuvo que cambiarse –acertadamente o no, me guardo mi opinión por ahora-
la anterior Carrera Oficial de mi ciudad porque los camareros del local
hostelero de turno no dudaban en invadir las filas de nazarenos para atender a
la mesa de en frente. Por otra parte, y no sé si hace años sucedía, por las
calles de mi ciudad en Semana Santa se observan pequeños grupos con edades que
oscilan entre niñ@s que apenas han dejado el período de lactancia hasta
mozalbete@s con una edad considerable, organizados en pequeñas camarillas que
cruzan en todas direcciones los cortejos sin ninguna pulcritud, y más de una
vez tanto de ida como de vuelta, comiendo pipas y contándose el chismorreo
adolescente de clase de la semana anterior. De verdad que me cuesta pensar que
hace 25 años esto sucediera sin que alguien te diera una voz y te exigiera
respeto. Y lo peor es que si se tratara de hacer eso mismo en la actualidad,
igual el que da la voz se lleva un par de leches de los papis de turno, que
permiten a sus hijos deambular por las calles sin saber qué hacen ni a quién
molestan.
Hace unos años, como comentaba anteriormente, no había redes sociales ni
Instagram para que el cofradito de turno se hiciera fotos “selfie” en el baño
de su casa vestido de nazareno, o directamente en la calle con el amiguito que
viene a posar como si se tratara de un disfraz de carnaval. O el costalerito de
turno subiera una foto de su pobre cuello lastimado al terminar una estación de
penitencia. Todo… ¿para qué? ¿Qué se pretende demostrar? Me hace gracia que
realizar estación de penitencia se convierta en motivo de ostentación personal,
más que gracia me da pena, pero ya saben que uno termina riendo por no llorar.
¿Es la culpa de las redes sociales? Evidentemente no, el mensajero nunca es el
culpable –tomen buena nota, por cierto-. En otras ocasiones, cuando he
criticado actuaciones que se realizan en nuestros días contraponiéndolo a otras
llevadas a cabo hace muchos años, el argumento en contra que he recibido es que
antes sucedía de forma similar o peor, pero que no estaba el informador casual
de turno para dar testimonio de la atrocidad correspondiente. Puede ser, no lo
dudo, ya les digo que no tengo una edad que me permite cuestionar a quien
afirma eso. Lo que está fuera de toda duda es que los tiempos han cambiado, y
lo que antes se toleraba porque igual sólo trascendía entre dos o tres, hoy día
es de dominio público antes o después. Todo el mundo tiene una camarita y puede
inmortalizar al nazarenito de turno (sé que he repetido la expresión “de turno”
en demasiadas ocasiones) que le deja el capirote a su amiguita para hacer la
gracia. Otro tema es el de las famosas GoPro, pero ese me da para otro artículo
enterito así que me lo reservo, pero es otro mordisco más en la línea de
flotación del respeto hacia una Cofradía; no puede ser que alrededor –cuando no
encima- de un paso haya más palitos y camaritas que ciriales lleva delante el
mismo.
Puede parecer que con este panorama que les estoy presentando las
Hermandades quedan como víctimas y exentas de toda culpa. Para nada. Es más,
pienso que el peor enemigo de la Semana Santa no está fuera, sino dentro, lo he
dicho más de una vez. Las Hermandades, por el motivo que sea –dejadez, miedo al
conflicto, ignorancia…- son responsables directos o indirectos de muchos de los
males que las asolan. Se lo trato de ilustrar con ejemplos. En el momento en el
que se decide que un paso que iba en silencio pase a llevar acompañamiento
musical cornetero porque así “atraen a más costaleros” se está fomentando el
frikismo musical y el hecho de que se le preste cada vez menos atención al que
va arriba y más a la ¿afición? del costal y de las marchas. En el momento en el
que no ofreces una formación católico-cofrade de calidad a los más jóvenes que
se acercan al ámbito de una Hermandad se está promoviendo que muchos nazarenos,
costaleros y demás cofrades no tengan ni puñetera idea de lo que significa
poner una Cofradía en la calle y su razón de ser, la estación de penitencia. En
el preciso instante en el que se decide una cruceta musical inadecuada para el
paso de palio o de misterio de turno, se dan ánimos implícitos a que el público
aplauda cuando y donde no debe aplaudir, sea la Hermandad que sea, tenga la
idiosincrasia histórica que tenga. Al cerrar las puertas, tapiar las ventanas
de una Casa Hermandad –simbólicamente hablando- y tomar las decisiones de una
Hermandad de una forma translúcida, cuando no opaca, se genera un clima de
tensión y desconfianza para el que no debería haber lugar en una Cofradía, con
los consecuentes dimes y diretes que afectan a esa corporación. En cuanto llega
el día en el que una Cofradía no se hace respetar en la calle y todo vale para
conseguir el aplauso fácil, luego no se puede pretender que el público muestre
respeto y se cree un clima de religiosidad y oración en torno a una estación de
penitencia.
Decía al comienzo del artículo que podía resultar atrevido hablar del
pasado no teniendo una edad que me permita hablar con el 100% del conocimiento
de causa, pero le confieso que conforme he ido redactando el texto, me he
autoconvencido más de mis razones. De todos modos, si usted posee una edad
–también si no- que le permite opinar del tema desde su experiencia y aportar
una visión distinta, le agradecería que dejara un comentario en esta misma
página. Desde luego yo pienso que… Cómo han pasado los años, y dudo de corazón
que haya sido para bien.
José Barea.
Recordatorio Verde Esperanza