9. Desarrollo histórico de la devoción.
La situación estratégica del santuario, camino obligado de comunicación entre los estados del Conde de Niebla, favoreció el desarrollo de la devoción por encima de los límites naturales del campo, de la marisma y de la costa. Quizás hoy se pierda esto de vista, por la obligada interrupción de dicha vía de comunicación entre Huelva y Cádiz, al interponerse el Coto de Doñana. Pero baste como muestra la anécdota acaecida en 1787 cuando el obispo electo de Buenos Aires, don Manuel Azamor y Ramírez, natural del onubense pueblo de Villablanca, pasaba por la ermita del Rocío camino de Cádiz para embarcarse y tomar posesión de su sede. Allí le sobrevinieron unas dolencias que le hicieron retroceder hasta Almonte, donde tuvo que permanecer unos meses hasta su restablecimiento.
No cabe duda del protagonismo que, en el desarrollo de la devoción rociera, ha correspondido a la Hermandad Matriz y a las hermandades filiales. Pero esto merece un epígrafe aparte.
A partir del siglo XVI la devoción se ve potenciada por dos instituciones que serán de trascendental importancia para el futuro. Por una parte, la fundación del convento de Mínimos por el canónigo sevillano don Pedro de Gauna, en 1574, cuyos religiosos se harían cargo de la atención pastoral de la ermita. Por otra, la fundación de una capellanía por el sevillano residente en Lima, Baltasar Tercero, quien en su testamento, otorgado el 11 de febrero de 1587, dejaba dos mil quinientos pesos de plata «para rreparos de la dicha ermita de Nuestra Señora de las Rrosinas e para en que viva el clérigo que sirviese la dicha capellanía e para hornamentos e para las demás cosas nesessarias para servicio de la dicha capellanía».
En el siglo XVII un hecho influye en la extensión de la devoción a los pueblos vecinos, al ser trasladada en 1602 a Sevilla la imagen de Santa María de Consolación que los frailes terceros tenían en su convento de Morañina, en término de Bollullos. Luego, la larga experiencia de los favores de la Virgen del Rocío y el agradecimiento de los almonteños van marcando los hitos de la historia rociera. En 1649 fue trasladada la Virgen al pueblo para pedir su protección ante una epidemia. En agradecimiento «por los comunes y particulares beneficios que le confesamos todos los presentes y hubieron nuestros antepasados, pues en las mayores angustias, necesidades y aflicciones el remedio se ha hallado en la Divina Majestad por intercesión de este Serenísima Señora», el Concejo, Justicia y Regimiento de la villa juraron, el 29 de junio de 1653, defender la Inmaculada Concepción de la Virgen y votaron por «Patrona de esta villa a la Reina de los Ángeles, Santa María de las Rocinas». En otras muchas calamidades la Virgen fue traída a Almonte.
La protección especial de la Virgen del Rocío se sintió durante la ocupación francesa. El 17 de agosto de 1810 dos partidas de caballería del ejército francés intentaban con toda dureza reclutar hombres en Almonte para organizar una milicia cívica. Ante la desesperada situación, treinta y seis vecinos de la localidad se amotinaron y dieron muerte a cinco soldados franceses y al capitán Pierre Dosau, apresando al resto de la tropa. Desde Sevilla el Mariscal Soult destinó una partida considerable de caballería con la orden de saquear, degollar e incendiar la población, como escarmiento. Así fue cómo, en la noche del 18 al 19 de agosto, el cabildo eclesiástico y el secular de la villa, que se hallaban detenidos, ofrecieron a la Virgen del Rocío celebrar una función anual si salvaban la vida. Una partida de 800 infantes venían para Almonte para llevar a cabo el castigo anunciado, pero providencialmente les fue cambiada la misión militar, con lo que quedaron libres de la amenaza las autoridades y el pueblo. Así se originó la fiesta del Rocío Chico.
En el siglo XIX, por las corrientes románticas y realistas, la romería del Rocío era ya famosa como muestra genuina de tipismo andaluz, muy reproducida en grabados y litografías. Véase en el espectacular y colorista cuadro de Manuel Rodríguez de Guzmán, de 1853, conservado en el Palacio de Riofrío, o el no menos interesante óleo de Salvador Viniegra, de 1896, que se puede admirar en Sevilla, en la Capitanía General de la 2ª Región Militar.
Otro hito histórico fue la coronación canónica, que tras laboriosas gestiones, fue concedida por el Cabildo de la Basílica de San Pedro del Vaticano en rescripto firmado por el cardenal Merry del Val. La ceremonia fue oficiada por el cardenal de Sevilla, don Enrique Almaraz y Santos, el día de Pentecostés, 8 de junio de 1919. Si bien la iniciativa partió del canónigo hispalense don Juan Francisco Muñoz y Pabón, natural del vecino pueblo de Hinojos, fueron notables personalidades las que intervinieron y apoyaron el acontecimiento, dándolo a conocer en los medios periodísticos y literarios, tales como Manuel Siurot, Pedro A. Morgado, José Nogales e Ignacio Cepeda y Soldán. Son inolvidables las seguidillas que Muñoz y Pabón compuso para esta ocasión, como ésta:
Cuando por la marisma
la Virgen sale
hasta el sol se detiene
para rezarle.
¿Quién no le reza
a esa Blanca Paloma,
Flor de pureza?
En agradecimiento al cardenal Almaraz, el pueblo le dedicó una calle aquel mismo año 1919. Al año siguiente, como recuerdo de la coronación, se levantó un monumento en el Real del Rocío, obra del escultor sevillano Ordóñez.
Memorable fue también la reacción popular ocurrida el 22 de octubre de 1931 por haberse quitado las imágenes del Sgdo. Corazón y de la Virgen del Rocío del salón de sesiones del Ayuntamiento: obligados por el pueblo, los ediles tuvieron que reponer el mismo día las imágenes en su lugar.
No podemos olvidar lo que en nuestros días ha supuesto para la expansión de la devoción rociera determinados factores externos: el nuevo Santuario, la facilidad de comunicaciones por el trazado y construcción de la carretera de Almonte a la aldea desde 1958, el desarrollo urbanístico de la playa de Matalascañas y el atractivo del Parque Nacional de Doñana, sin dejar atrás la difusión mundial que de la romería hacen los medios audiovisuales.
Una muestra de la protección que a lo largo del tiempo ha dispensado la Stma. Virgen del Rocío a sus hijos es la serie de exvotos que conserva la Hermandad, y que un día esperamos ver en el proyectado Museo rociero. De entre ellos destacan los exvotos reales: una espléndida nave de plata, obra de la segunda mitad del s. XVII atribuida a Claude Ballin, joyero de Luis XIII y de Richelieu; dos lámparas votivas en forma de naves, ofrenda de la Condesa de París, doña María Isabel Francisco de Orleans, fechada en 1905; una placa de plata, del Duque de Orleans, don Luis Felipe Roberto, motivada por sus campañas árticas de 1905 a 1909; una reproducción de la corbeta «Belgique», de 1911, del mismo Duque de Orleans.
10. La Hermandad Matriz y las Hermandades filiales.
Como antecedentes de la organización del culto y devoción a Ntra. Sra. del Rocío, previos a la constitución de la Hermandad, recordemos la capellanía y obra pía de Baltasar Tercero, de la que era Patrono el Ayuntamiento de Almonte.
La Hermandad de Almonte debió erigirse el año 1648, como afirman las Reglas de 1949, «bajo la protección del venerable Clero y Corporación Municipal de la Villa de Almonte». El primer documento que habla de ella es el acta de patronazgo, de 1653. La Hermandad Matriz forma nuevas reglas en 1758, en 1919 y en 1949. Sobre ella, en comunión jerárquica con el Obispo de Huelva y la Parroquia de Almonte, recae la responsabilidad de la organización de la romería y el culto habitual en el Santuario.
En torno a la Hermandad de Almonte, llamada Matriz, se fueron incorporando a la romería y a la devoción rociera las Hermandades filiales de los pueblos vecinos del Condado onubense y del Aljarafe sevillano. Del siglo XVII son las de Villamanrique de la Condesa, Pilas y La Palma del Condado. En los inicios del XVIII se sitúa la de Moguer, figurando en las Reglas de 1758 además de éstas las de Sanlúcar de Barrameda, Puerto de Santa María y Rota, si bien estas dos últimas desaparecieron para ser fundadas de nuevo en nuestro siglo. Del XIX son las de Triana, Umbrete, Coria del Río y Huelva.
Eran, por tanto, 9 las Hermandades filiales en el año de la coronación, 1919. Entre ese año y el comienzo de la Segunda República se fundan las de San Juan del Puerto, Rociana, Carrión de los Céspedes, Benacazón, Trigueros y Gines. Durante los difíciles años de 1931 al 36 se fundan las de Jerez de la Frontera, Dos Hermanas, Olivares, Hinojos, Bonares, Puebla del Río y Bollullos. Aunque iniciadas en 1935, se formalizan en 1941 las de Valverde del Camino, Gibraleón y Espartinas. En los años siguientes nacen las de Sanlúcar la Mayor, Lucena del Puerto y Bollullos de la Mitación.
En 1950 son ya 28 hermandades. Le siguen las de Sevilla, Huévar, Aznalcázar, Puerto de Santa María, Madrid, Punta Umbría, Puerto Real y Barcelona, hasta 1970. De 1971 a 1981 se suman las de Palos de la Frontera, Emigrantes (Huelva), Paterna del Campo, Villanueva del Ariscal, Lucena de Córdoba, Los Palacios, Écija, Villarrasa, Isla Cristina, Bormujos, Camas, Las Palmas de Gran Canaria, Lebrija, La Línea de la Concepción, Córdoba, Rota, Ayamonte, Villalba del Alcor, Granada, Villafranco del Guadalquivir, Cabra y Málaga; en total, 58.
Le han seguido en los años 80 las de Badalona, Cádiz, Puente Genil, Jaén, Castillo de Locubín, Alcalá de Guadaira, Algeciras, Marbella, Tocina, Gelves, Utrera, Almería, Cerro del Águila, Sevilla Sur, Toledo, Almensilla, Las Cabezas de San Juan, San Juan de Aznalfarache, Fuengirola, Ceuta, Osuna y Santiponce. En la romería de 1991 se añadieron las de Valencia, Mairena del Alcor, Carmona, Macarena (Sevilla) y Niebla. Por fin, en 1992 participarán además las de La Caleta (Málaga) y Priego, hasta un total de 87 hermandades filiales. [En 2000, con la de Bruselas eran 94, y en 2005 son 104, a las que hay que añadir 19 Hermandades erigidas canónicamente en sus respectivas diócesis, 26 agrupaciones rocieras, en vías de constituirse en Hermandades, y 9 agrupaciones internacionales, de Australia, Bolivia, Brasil, Argentina, Puerto Rico]
Las hermandades son asociaciones públicas de fieles erigidas de pleno derecho en sus respectivas diócesis y recibidas por la Hermandad Matriz, previo reconocimiento del Obispado de Huelva. Durante el año fomentan la devoción a la Virgen del Rocío en sus parroquias, organizan los cultos propios que se celebran en el Santuario durante el año y participan corporativamente en los cultos de la Hermandad de Almonte.
11. Celebración litúrgica y festiva.
En el Rocío todo tiene un fundamento y un mismo fin: la Virgen y el culto litúrgico y popular que se le tributa. Veamos, pues, en qué consisten esos cultos.
a. La Romería de Pentecostés.
Los cultos principales son los que se tributan a la Virgen en la Romería de Pentecostés, a donde fue trasladada su fiesta principal en el siglo XVII.
Novena en Almonte.
Previamente se celebra en la iglesia parroquia de la Asunción, en su pueblo de Almonte, un solemne novenario que termina en la tarde del domingo de la Ascensión. En la función principal de instituto, la Hermandad hace pública y solemne profesión de fe católica, renovando el voto realizado en 1961 en pro de la Maternidad Espiritual de María. Sigue el Rosario por el itinerario tradicional.
Paralelamente, en las sedes canónicas de las Hermandades filiales se celebran los cultos preparatorios, con intervención del coro rociero propio de cada hermandad. Es celebración de alabanza a Dios y honor a la Stma. Virgen, y para los hermanos es ocasión de purificación por la penitencia y de formación por la catequesis homiliética.
El camino.
En Almonte, el miércoles a las 10 de la mañana se celebra la Misa de romeros en el Alto del Molinillo, del Chaparral, saliendo luego procesionalmente camino del Santuario la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Matriz. Lo mismo ocurre en cada una de las ciudades y pueblos de donde salen las Hermandades filiales para hacer el camino. Espectáculo verdaderamente conmovedor para los que van y para los que se quedan, hasta el punto que con un consenso unánime se paraliza la vida urbana y escolar para ver salir a la Hermandad. El día de la partida depende de la distancia. Todas las Hermandades, aun las más lejanas, hacen el camino por las rutas más apropiadas.
Abren el cortejo los caballistas con sus varas e insignias, vestidos con traje campero los hombres y de faralaes las mujeres, todos con el cordón y la medalla de la Virgen en el pecho. Sigue el carretón del simpecado, tirado por bueyes o por mulas. Inmediatamente detrás, las personas que van de promesa. Finalmente una larga caravana de carretas tiradas por tractores, adornadas con papeles rizados en un verdadero alarde de imaginación y originalidad. Charrets y vehículos todoterreno completan el acompañamiento.
Decíamos que hacer el camino es signo de autenticidad rociera. Es pasar el sacrificio y la incomodidad, el calor y el cansancio. Pero es también vivir la experiencia del compartir en fraternidad, dejar a un lado la prisa y el asfalto, tomar contacto directo con la belleza, el aroma, el aire puro de la naturaleza. A la sombra de los pinos se comparte la comida y se refresca la garganta con un trago de vino del Condado. Al atardecer, las Hermandades se detienen en los lugares de siempre, como el Palacio, y con las luces del crepúsculo el capellán celebra la Misa de campaña en el sobrecogedor silencio de los campos. Se reemprende la marcha con el alba, después de un tonificante café.
Momentos de especial belleza son la travesía del Guadalquivir en barcas por Sanlúcar de Barrameda, o el paso de los arroyos, el Quema, verdadero baño lustral para el rociero.
Por fin se divisa la espadaña del Santuario. Las Hermandades van llegando a sus respectivas casas, aprestándose para hacer la presentación oficial ante la Virgen y su Hermandad Matriz.
La recepción y el rosario.
El sábado, en la puerta del Santuario, a partir de las doce de la mañana, tiene lugar la solemne recepción en riguroso orden de antigüedad de todas las hermandades filiales, que van desfilando ordenadamente entre cantos y oraciones, con el gozo indescriptible de haber llegado ante la Señora. Desfile que dura casi doce horas, pero que no pierde en ningún momento el interés por la riqueza y variedad de las carretas, de los simpecados, de las insignias, de las nuevas sevillanas de ese año. Ni que decir tiene que cada una de las Hermandades intenta destacar en orden y en fervor, cada una con su toque de originalidad y personalidad propia.
A las 12 de la noche sale procesionalmente el Rosario, llamado de Almonte, por el recorrido tradicional. Además de un acto piadoso, es una muestra de cortesía de la Hermandad Matriz, que simbólicamente devuelve la visita a todas las Hermandades filiales.
La Misa de Pontifical en el Real.
El momento litúrgico central de toda la Romería es la solemne concelebración eucarística de Pentecostés, que, desde que se constituyó la Diócesis en el año 1954, preside el Obispo de Huelva, acompañado de más de 70 sacerdotes, capellanes de las distintas hermandades. Tiene lugar al aire libre, al pie del monumento conmemorativo de la coronación canónica. En un estrado suficientemente amplio se sitúan los concelebrantes, y tras ellos, a modo de singular retablo, los 88 simpecados, a cual más rico y vistoso. Asisten corporativamente todas las Hermandades con sus banderas, varas e insignias, y millares de personas. Contrasta el bullicio del tamboril y las palmas que han llenado todo el día y la noche anterior, con el silencio, el orden, el fervor y el recogimiento con que se vive la Santa Misa.
Durante todo el día, el Santuario es un hervidero de gente que entra y sale, entre oraciones, lágrimas y vivas. Ininterrumpidamente se celebran misas ante la Blanca Paloma. Mientras tanto, varios sacerdotes administran en sacramento de la penitencia, siendo testigos de las conversiones y ministros de la gracia y del perdón. En el Rocío es fácil rezar y confesarse: todo el ambiente invita a ello, no hay respetos humanos; los que frecuentan poco los templos y se quedan en los últimos bancos, aquí rezan agarrados a las rejas del presbiterio.
El rosario y la procesión.
Ya a las 12 de la noche se organiza el Rosario en el Real, al que acuden cantando todas las Hermandades con el Simpecado y las insignias, iluminándose la noche a la luz de miles de velas. A su término se reza la Salve. Y al igual que en los últimos años se han multiplicado las hermandades filiales, se han aproximado más el término del Rosario y la salida de la Virgen. Antiguamente la procesión tenían lugar a continuación de la misa del lunes de Pentecostés, a cuyo término se hacía la procesión claustral por los alrededores de la ermita, sobre las 10 de la mañana. Durante un tiempo la costumbre fue que la Virgen saliera con las primeras luces del alba. Ahora la salida se hace inmediatamente después del Rosario, en plena madrugada. En realidad, no hay horario: la Virgen sale cuando los almonteños deciden sacarla.
No ha terminado el Rosario cuando el Santuario se llena de miles de personas apiñadas, que van observando cómo los jóvenes almonteños, con las inconfundibles camisas, se disputan los primeros puestos agarrados fuertemente a los barrotes de las rejas. Poco a poco crece incontenible la impaciencia y el nerviosismo, y, sin que nadie sepa cómo ni a qué orden, en un instante saltan la reja, sin esperar a que el santero la abra. En ese momento todo es inexplicable, cómo pueden levantar las andas, cómo pueden quitar los borriquetes, cómo pueden bajar las andas desde un podio de más de un metro de altura sin rampas ni escaleras. Puede decirse que la Virgen, desde ese momento, camina sobre una nube de cabezas, de rostros desencajados por el esfuerzo, las lágrimas y el sudor, entre multitud de brazos que pugnan por tocar los varales.
Mientras es noche cerrada, la Virgen se mueve por el interior del Santuario y por la explanada del atrio, hasta que abren las primeras luces y comienza su recorrido tradicional, acercándose a las casas de Hermandad y a los puntos donde se van situando aquellas que no tienen casa en el itinerario. Allí esperan a la Virgen la Hermandad con el Simpecado y en torno a ella se agrupan todos los hijos de ese pueblo o ciudad. En cada una el capellán, subido en los hombros de los hermanos, le reza la Salve, dirigiéndosela con los brazos. A media mañana los sacerdotes han perdido la voz y sus sotanas el color. Llevar a la Virgen es un privilegio exclusivo de los almonteños. Acercarse a Ella, tan solo lo hacen los niños, que, asustados, pasan por encima de la masa humana de mano en mano.
Con la recogida de la Virgen, después del mediodía del lunes, termina la Romería. Cada Hermandad recoge sus cosas, celebran en el Santuario la misa de despedida y vuelven esa misma tarde o al día siguiente, para hacer el camino de vuelta. Y se empiezan a contar los días que faltan para el Rocío del año siguiente.
La llegada a los pueblos de origen tiene el sello especial del recuerdo gozoso y el cansancio que se aprecie en el rostro de los romeros, quemados por el aire y el sol de las marismas.
b. Rocío Chico.
Muy diferente es, en agosto, la celebración del Rocío Chico, en conmemoración del voto de acción de gracias que el pueblo de Almonte hizo en 1813. En la aldea del Rocío tiene lugar un triduo preparatorio los días 16, 17 y 18. El 18 a las 12 de la noche se canta el rosario por el itinerario tradicional. El día 19 de agosto a las 10 de la mañana se celebra la solemne función del voto, a cuyo término una procesión eucarística hace el mismo recorrido de la imagen en su fiesta grande.
Es una fiesta propia del pueblo de Almonte. Los miles de devotos rocieros que acuden lo hacen sin insignias.
c. La Virgen en Almonte, Pastora y Peregrina.
Cada siete años la Virgen del Rocío hace el camino para estar en su pueblo de Almonte. Antes, la venida de la Virgen se hacía sin periodicidad, con motivo de calamidades o determinadas circunstancias especiales. El rito de la traída es otro conjunto de sensaciones que embargan de emoción el alma. El traslado tiene lugar una vez concluidos los cultos del Rocío Chico, al atardecer del día designado por la Hermandad.
En esta ocasión, como ya hemos dicho, la Virgen viste de Pastora. Para el camino, las camaristas cubren el rostro de la imagen con un fino pañito, y queda totalmente envuelta por un grueso capote que la defiende del polvo del camino y de la humedad de la noche. Un grupo de devotas llevan en sus manos los atributos iconográficos, la ráfaga y la media luna. Toda la noche camina a paso ligero el apiñado grupo de almonteños por las arenas, iluminados por la luz de la luna y los potentes focos instalados en tractores que preceden y siguen a la comitiva.
Al despuntar la aurora la imagen llega a Almonte, al espacioso Chaparral, a donde durante toda la noche han venido acudiendo los rocieros de todos los puntos de España. Con las primeras luces, el párroco de Almonte quita el pañito del rostro, entre el atronador estampido de miles de escopetas de los cazadores almonteños, que hacen recordar el origen del primitivo santuario.
Una espectacular muestra de arquitectura efímera, la más importante de la provincia de Huelva, se desarrolla por las calles por donde pasa la Pastora. Especialmente grandiosa es la especie de basílica abierta, construida con papel rizado sobre frágil soporte de madera, que se alza a todo lo largo de la Plaza: digna de toda admiración es su cúpula central.
Durante el año la Virgen permanece en la iglesia parroquial, ya vestida de Reina, acompañada ininterrumpidamente por los almonteños. El acto más emotivo en su sencillez es la salve que se reza cada día a las 10 de la noche, antes de cerrar la iglesia: en ese momento la iglesia se llena de hombres que con fe recia invocan a Santa María del Rocío como Reina y Madre de Misericordia.
Aun mayor es la riqueza con que Almonte se engalana para despedir a su Patrona, que retorna al Santuario el domingo anterior a Pentecostés.
d. Las peregrinaciones de las Hermandades.
El Rocío no es solo unos días de fervor masivo al año. El fuerte impacto vivido al contacto con la imagen y con la fe de los almonteños deja una huella imborrable que hace volver al Santuario a dar gracias o pedir por las necesidades de la familia y de los pueblos. Cada domingo pasan por el Santuario un promedio de 20.000 personas. Las Hermandades se distribuyen a lo largo del año y acuden a hacer su peregrinación particular, en un ambiente festivo y fraterno que a tantos recuerda el Rocío "de antes de la carretera".
12. La aldea del Rocío.
Como consecuencia de todo el culto y celebraciones que hemos descrito, nacen unas necesidades que han de ser atendidas y que encuentran su plasmación en el paisaje urbano de la aldea. La aldea del Rocío es un fenómeno arquitectónico y urbanístico de un interés excepcional, puesto que nace de y para el culto a la Virgen María, la Reina de las Marismas.
Las calles de arena, los sombrajos de ramas de eucaliptos, la tipología de las casas, las espadañas, la estructura comunitaria: todo tiene su explicación en la Romería.
Cada Hermandad tiene su propia Casa, que cuenta con una capilla, coronada por su espadaña y sus campanas, para albergar la carreta con el simpecado. Las casas de hermandad son el punto de referencia no solo de los hermanos, sino de todos los vecinos de aquellas localidades. La necesidad de atender a un gran número de personas que tienen la suerte de residir en ellas, y la de ofrecer hospitalidad a muchas más que por allí pasan, sin olvidar a las caballerías y a los bueyes, da lugar a un tipo de edificio muy particular. Todas cuentan con un gran patio con habitaciones alrededor, espacioso salón y amplia cocina de ininterrumpida actividad; y al fondo, un corralón y cuadras para los animales.
El Rocío parece una aldea de ermitas y de casas de vecinos, donde el caballo y el peatón tienen la primacía, hasta condicionar el piso de las calles.
Conclusión.
A pesar de lo prolijo de estas líneas, sepa el lector que apenas hemos dibujado un esbozo. Cada detalle de la Virgen y de la Romería, del fenómeno rociero, ha producido páginas y páginas de literatura, de estudios históricos, artísticos, etnográficos, sociológicos, con mayor o menor fortuna, hasta tal punto que es preferible terminar con una recomendación: véalo Vd. mismo.
Concluyamos con unas palabras del que fuera primer obispo de Huelva, Mons. Cantero Cuadrado, escritas en 1959: » Como todo lo humano, el movimiento popular mariano del Rocío lleva consigo, con su espiritualidad y su belleza, imperfecciones y perfectibilidades. Es como un torrente caudaloso, desbordante de luz y color, de energía y de posibilidades apostólicas, y nada de extraño es que, en su mismo cauce, haya de introducirse los revestimientos oportunos para conservar la pureza de sus aguas y de sus auténticas tradiciones, y aprovechar su fuerza religiosa y social al servicio de ideas y motivaciones superiores.
He aquí un quehacer luminoso y fecundo para las Hermandades rocieras. Un quehacer ya vislumbrado y sentido por las peregrinaciones que llegan al Santuario casi todos los domingos y fiestas del año. Un quehacer colectivo, que se inicie por la formación previa de un ambiente, de un anhelo común, de una esperanza ilusionada, en hacer del Santuario de la "Blanca Paloma" un foco de Hermandad cristiana y andaluza, un remanso de paz para el espíritu y un hogar de espiritualidad y de apostolado mariano, en el que se conserve y brille con todo su esplendor y fragancia, la esencia y el garbo de las tradiciones rocieras».
Recordatorios: