Blas Jesús Muñoz. La Semana Santa, su haz de luz irradiado por la emoción, quedó atrás como los recuerdos por los que el tiempo pareció cubrir con su niebla densa de propósitos infinitos. Mientras los días parecen esconder lo extraordinario, bajo la llave que guarda los mejores secretos como un tesoro.
Secretos que se dejan entrever, incrustados en los muros de las capillas sin nombre que resguardan Imágenes sacralizadas, cuya mirada contiene miles de promesas susurradas entre el aroma tibio de la media tarde. Los días muestran su luz pascual en las calles, pero su llama, la auténtica, repita en los altares que se consagra a las mejores devociones de la ciudad.
Devociones de Lunes Santo, de Vera Cruz, Señor de los Reyes, Dulce Nombre o Divina Pastora de las almas que los buscan porque a ellos tiende su naturaleza para ser completa. Devociones que se visten cualquier noche de Pascua para descubrirse en la sobriedad morada de su Cristo, en la majestuosidad regia de la Dolorosa, en la alegría estampada de la Pastora.
Así lucen los Titulares de la Archicofradía de la Vera Cruz. Con vestimentas que van más allá de lo material para transportarnos por el tiempo en que la liturgia celebra y nuestras manos se alzan a su cielo para rogar y agradecer, para implorar y venerar, para rendirle el culto debido.