"Nuestras vidas empiezan a terminar el día que guardamos silencio
sobre las cosas que importan."
Martin Luther King
Dicen muchos historiadores que la
realidad social a lo largo de los tiempos describe un movimiento pendular que
consiste en alcanzar un extremo del pensamiento, un posicionamiento racional, y
a partir de ese punto buscar lentamente el espacio opuesto. No seré yo quien
confirme o desmienta estas tesis, para eso están los expertos. Sin embargo si
es cierto que este curioso fenómeno puede ser demostrado con múltiples ejemplos
que se desarrollan a nuestro alrededor.
Nuestros padres vivieron una
época en la que las libertades se ahogaban entre sueños imposibles de
democracia y utopía. Y en aquel contexto, en el que se era cristiano
prácticamente por decreto, el poder fáctico detentado por el clero era enorme.
Muchos de los miembros de aquella generación podrían poner en primera persona
el típico ejemplo del cura de pueblo que se permitía el lujo de preguntar por
la calle a diestra y a siniestra, acusadoramente, por los motivos que podrían
justificar una ausencia en la obligatoria misa dominical. O el consabido
guantazo en clase propinado por un fray Antonio cualquiera siempre por el bien
del alumno, como es natural…
Por el contrario, algunos de nuestros
abuelos vivieron los años del odio fraternal que entre muchos otros elementos distintivos,
se caracterizaron por una visceral animadversión hacia la iglesia católica en
general y los religiosos en particular, que como es perfectamente conocido, para
desesperación de los manipuladores de la verdad, derivaron en quemas de
conventos, destrucción de múltiples elementos patrimoniales, obras de arte e
imágenes devocionales y que alcanzaron su punto más deleznable de inhumanidad
con el asesinato de personas por el terrible delito de vestir un hábito o ser
creyente.
En contraste con aquella
persecución, la iglesia representó en tiempos de los padres de aquellos abuelos
un elemento de opresión social y económico sobre determinados sectores sociales
que fue caldo de cultivo para el odio que vino después… Y así sucesivamente a
lo largo de los tiempos.
Hoy, la realidad camina
inexorablemente buscando con ansia otro de estos extremos que describen este
movimiento pendular. Basta abrir cierta prensa tradicional o digital para
asistir diariamente a un descorazonador acoso a todo lo que signifique Iglesia.
Un hostigamiento que se ha ido tiñendo nuevamente de ese odio que estalló con
furia en los pasados años treinta del siglo XX y que todos conocemos cómo
tristemente terminó, por el fanatismo de muchos y el silencio cómplice de los
que debían haber sembrado paz en lugar de tender puentes, exigiendo respeto a
unos y a otros. A unos por el ataque despiadado a los más elementales derechos
individuales y a otros por querer manipular los sentimientos de los creyentes
para obtener réditos políticos. A unos por fomentar el odio y a otros por
apoyarse en símbolos de paz para inventar una cruzada.
Iglesia de San Julián, Sevilla 1932
|
Un silencio que se reproduce lamentablemente
en nuestros días. Vivimos el cierre de capillas en universidades públicas o el
deseo de expropiación de la Mezquita Catedral defendido desde una indecente
demagogia barata que fantasea con una Córdoba de tres culturas situadas en un
plano de igualdad que jamás existió y que propugna que el mero hecho de que
alguien quiera denominar un templo de la forma que desee, cualquiera, es motivo
suficiente para modificar la propiedad que descansa en siglos de historia, jaleado todo ello por partidos
antidemocráticos, algunos muy de moda en los últimos tiempos, otros que enarbolan
impunemente banderas anticonstitucionales sin que nadie lo impida y consentido
por quienes tienen vocación de gobierno, olvidando que para que realmente puedan
volver a gobernar, deben aprender a respetar a un importante núcleo de
población que se siente cristiano. Y enfrente, un partido lleno de complejos
que no se atreve a defender los derechos de gran parte de la ciudadanía, por no
ser tachado con determinados epítetos absurdos que sólo un ignorante o un
mentiroso puede asociar a la iglesia católica del siglo XXI, y el mutismo de
los creyentes… un silencio que descansa en un malentendido poner la otra
mejilla para que nos la sigan partiendo.
Los cristianos en general, y los
cofrades en particular, tenemos la obligación de levantar la voz en defensa propia, para no
permitir la persecución a la que estamos siendo sometidos desde muchos ámbitos
sociales. Empezamos a estar tan acostumbrados a este acoso, que a nadie extraña
ya que cuando un personaje de cualquier serie de televisión es sacerdote, sea un
abusador de menores, un ladrón de niños, un corrupto o un asesino. Es casi
imposible encontrar una historia de ficción en la que un miembro del clero sea
sencillamente una persona normal, no digamos ya bueno, conformémonos con
normal. Hemos alcanzado un punto en el que ser cristiano está mal visto en
muchos sectores sociales y no nos queremos dar cuenta de ello.
Seguimos mirando hacia otro lado,
dejando que este poso de odio siga calando en la sociedad, viendo cómo se
interrumpen celebraciones religiosas por gentuza intolerante, cómo se atacan
edificios religiosos, cómo se insulta a quienes participan en un ensayo de
costaleros o incluso en una procesión, cómo hay ayuntamientos en nuestro
entorno más cercano, que prohíben la utilización de símbolos religiosos a
imagen y semejanza de los más abyectos regímenes totalitarios, cómo se manipula
la historia… en silencio… como si la película no fuese con nosotros… cuando nos
toca de lleno. Ha llegado el momento de que se escuche nuestra voz, sin ira, sin dar
cabida a ese odio o menosprecio intelectual que otros practican hacia nosotros
por el mero hecho de tener unas creencias, pero con la firmeza necesaria para
decir alto y claro que basta ya, que no vamos a permitir que nadie nos pisotee,
que nosotros sí creemos en la libertad y no consentiremos que los totalitarios,
los que quieren imponer su única verdad a sangre y fuego, como la abominable
inquisición, nos robe nuestros derechos ni nuestros sentimientos en nombre de
un fanatismo que parece querer conducirnos nuevamente al abismo.
Guillermo Rodríguez
Recordatorio El Cirineo