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jueves, 2 de julio de 2015

Verde Esperanza: La cruz. Verdades incómodas (II)


Si bien la semana pasada abordaba el tema de las bandas de Semana Santa desde una perspectiva positiva, con todo lo que aportan a las Hermandades incluso a la sociedad, hoy toca contar verdades incómodas, como en aquel artículo que escribí hace un año más o menos (Verdades incómodas de la música cofrade). La semana pasada era la cara, hoy es la cruz.


Hay un argumento muy manido y facilón con respecto al mundillo de las bandas que se utiliza a modo de defensa, y que seguro que algún músico de banda está tentado a utilizar al leer este texto. ¿Qué haces tú –por mí- hablando tanto de bandas si no has estado en ninguna en tu vida? Es un dato empírico, nunca he formado parte de ninguna banda ni tengo nociones musicales que trasciendan más allá de lo básico. Pero… ¿ello me incapacita para hablar? En un país donde cualquiera habla de política o de cualquier otro tema sin tener ni idea, incluso los propios músicos hablan de Hermandades sin haber vivido lo que significa formar parte de una, y mucho menos el esfuerzo que se requiere para sacar una Cofradía a la calle, incluido pagar a las propias formaciones musicales. ¿Para opinar de bandas hace falta ser un experto musical? Pero si los propios componentes, en líneas generales, tienen poca idea de solfeo, exceptuando las bandas de música, con varios miembros de conservatorio entre sus filas. Lo alababa la semana pasada, esa labor de formación musical hacia chavales que, cuando llegan a una banda, no distinguen una corchea de una redonda. Así que si alguien está tentado a cuestionarme qué hago exponiendo mi reflexión crítica con respecto a un ámbito que no vivo de cerca… que se pregunte primero a sí mismo, ¿opino yo sobre las Hermandades que “me” pagan sin tener ni idea de todo lo que hay detrás de una Estación de Penitencia? Por mi parte está bien que se haga, pero que nadie me venga a exigir títulos de conservatorio para expresar mi opinión libremente. Puedo no entender de conceptos musicales avanzados, pero tengo oídos para escuchar y opinar sobre la interpretación de las marchas, y tengo ojos para percibir comportamientos y formas de actuar que se alejan de las que, a mi parecer, debería tener cualquier formación musical.


El de las bandas –como el de las Hermandades- es un mundo en general turbio, cosa que achaco a la sociedad actual, el consumismo y el afán por sacar dinero de cualquier forma. Hay una doble vara de medir que hace que la frontera entre lo laboral y lo amateur quede un tanto difusa en este ámbito. Me explico. Para unas cosas las bandas son para compartir la afición por la música cofrade, pero para otras se tiene una visión totalmente empresarial para sacar provecho (€). Con respecto a los contratos, se negocian gran cantidad de variables, se buscan excusas hasta debajo de las piedras para tratar de encarecer al máximo el contrato en cuestión. Kilómetros, horas de estación de penitencia, ¡hasta número y estilo de marchas que se tocan! Todo con tal de poder “trincar” -entiéndase las comillas como una expresión coloquial- el máximo. Y si cuela, cuela. Para esto, las bandas sí son un mundo profesional o semi-profesional. Pero en cambio es un mundillo de aficionados cuando no se reparte ni un céntimo de las ganancias de Semana Santa entre los componentes que han posibilitado que se cobren esos contratos, o cuando se incumplen contratos firmados por años porque ha salido “algo mejor” en otra parte, o cuando se racanean marchas en la calle…. ¿No perciben la hipocresía? O todos moros o todos cristianos, dobles varas de medir, las justas. 


Es cierto que una banda tiene gastos durante todo el año, unas más, otras menos, unos más necesarios y otros menos. Y ni que decir tiene que al contratar a una banda tienes que pagar por ello, porque están prestando un servicio y han de ser justamente remunerados por ello. Pero la excusa de los kilómetros y demás no cuela. Primero porque la poca experiencia que tengo me dice que todos estos pretextos que señalaba anteriormente se quedan en nada cuando, de corazón, una banda desea ir tras el paso que se le ofrece. La cuestión económica queda en segundo plano, no importan los kilómetros ni las horas de procesión. No quiero generalizar, por ello me gustaría dejar bien claro que no todas las bandas tienen esta visión empresarial de este mundillo. Y segundo, y estrechísimamente relacionado con lo anterior, porque cuando se trata de un día de los que es complicado encontrar contrato, o especialmente cuando la oportunidad de tocar en una capital aparece, todo aquello parece pasar a un segundo plano. Se cobra transporte y poco más, o ni eso. Es algo que se sabe y que ya denuncié en el anterior artículo, por lo que no me extenderé. Sólo cabe recordar que me resulta paradójico que las Hermandades que más ingresan –las de capital- sean las que, por regla general, menos pagan a las bandas, mientras que las Hermandades más humildes y con menos poder de generar dinero sean las que han de pagar más. Lo que en unas Hermandades con unas determinadas características es una competición por ver qué banda pide un contrato más elevado, en otras Hermandades con otras características distintas es una competición por ver cuál se baja más los pantalones con tal de darse ¿publicidad? en una ciudad importante. 



Una formación musical tiene gastos, claro que sí. Los dirigentes de las bandas exigen empatía en este sentido, y están en todo su derecho. Pero esta misma empatía, ¿la demuestran? ¿Se ponen en lugar de la Hermandad en cuestión a la hora de hacer el presupuesto? Ya les digo yo que no, sólo hay que volver a sacar el argumento que comentaba anteriormente de la diferencia de peticiones económicas por parte de una banda hacia una Hermandad en función de si es de capital o no. Para quien no lo sepa, no sólo el músico trabaja durante todo el año. Les puedo garantizar que en el seno de una Hermandad se trabaja igual –más, bastante más en mi opinión- que cualquier formación musical, de cara a poder afrontar todo lo que supone sacar los pasos a la calle. Que nadie se olvide.

Ya lo decía en el artículo que escribí el año pasado. No creo que haya muchos componentes de banda de cornetas, de música o agrupación musical que se pasen ensayando todo un año, muchas horas al día haga buen o mal tiempo, tengan otras obligaciones y actividades aparte de la música o no, para salir en Semana Santa con Hermandades durante las menos horas posibles y lo más cerca del pueblo/ciudad que toque, y si es en el propio, mejor, por razones de comodidad y rentabilidad financiera. Evidentemente la cosa cambia si se trata de cariño hacia la Hermandad en cuestión, pero no es eso a lo que me refiero. El chaval o chavala que se acerca a una banda lo hace porque le gusta la música, pero especialmente porque le gusta la Semana Santa. Quienes llevan las riendas de las bandas deberían ser sensibles a los deseos de sus componentes, y olvidarse de esa extraña visión empresarial que les lleva a dejar escapar ocasiones que realmente merecen la pena. Centrarse en buscar no los mejores contratos, sino los acompañamientos musicales donde se encuentren más a gusto y donde disfruten más de esta bendita locura llamada Semana Santa desde la perspectiva de las bandas cofrades. Lamentablemente, nadie sale de pobre gracias a la Semana Santa, ni siquiera desde una banda.


Deseo de corazón que si algún músico se siente ofendido y ofuscado por lo que lleva leído me disculpe, pues no es esa mi intención. Pero también me gustaría que se parara un momento a pensar. ¿Para qué formas parte de una banda de Semana Santa, incluso de su junta directiva? ¿Por qué esa obsesión con exprimir el máximo dinero a las Hermandades? Que una Cofradía se fije en tu banda para acompañar a su amado Cristo o su amada Virgen debería ser un halago, no una oportunidad para sacar la máxima tajada. Una banda no es una empresa, -tampoco lo es una Hermandad-. La función de las bandas es poner color musical a la procesión de un Sagrado Titular, y eso debería ser un honor para cualquier cofrade que también sea componente de una de ellas.

Soy plenamente consciente de que todo lo escrito aquí no es, afortunadamente, sintomático de todas y cada una de las bandas del panorama cofrade, pero me temo que sí es tendencia. Sé de muchas bandas cuyos dirigentes realmente disfrutan tocando en Semana Santa, sin pensar en más que seguir mejorando la calidad musical y en poder ir pagando los gastos para que la banda sobreviva y progrese. Pero principalmente, compartiendo la pasión cofrade con Hermandades de distintos lugares, creando recuerdos cuyo denominador común es la música. Me consta que muchos de los encargados de contrataciones se sienten verdaderamente halagados porque uno se interese por su acompañamiento musical, dejando de lado otras cuestiones que a mi juicio deberían ser secundarias. Brindo por todos ellos, por todos esos cofrades de bandas de Semana Santa que he ido teniendo la suerte de conocer durante mis pocos años en este mundillo. Son ejemplo a seguir para todos los demás. La Semana Santa y la música son algo demasiado grande y bello como para empobrecerlo con cuestiones mundanas.

José Barea













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