Suspira el querubín y bate sus alas más fuerte porque aun le sudan desde que estuvo viendo la Magna y casi se le funde el arito que le asoma por la cabeza y se le cayeron las plumas morenas de tostarse al sol, antes de que cayera la noche veraniega y descubriera el miedo en la cara de un capataz.
Suspiros magnos y alados de procesión ya vista, mirada y recordada. Todo era casi igual, salvo porque el Patio de los Naranjos estaba cortado, pero la banda era la misma, la representación la misma, menos el capataz que ya no estaba.
Suspira el Ángel porque vio al sustituto como asustado, regresando tarde a casa y con una de las trabajaderas triste y solitaria porque le pareció escuchar que ya hay quien echa de menos al que no se veía pero allí estaba. Mientras creyó oír a alguno mentar el nombre de una Esperanza que está en otra orilla del río.
Joaquín de Sierra i Fabra