Blas Jesús Muñoz. Hay una delgada línea que separa la acción de la emoción, el hartazgo de la responsabilidad. Responsabilidad y hartazgo bien pueden ir de la mano y el segundo llevar a una decisión consecuente que ampare la primera. Y es que en la noble acción de dimitir ambas facetas pueden caminar juntas sin contra ponerse.
El último ejemplo de dimisión de una junta de gobierno no es el primero ni es un caso único, baste ver alguna prolongación de mandato y alguna cofradía que, a día de hoy, permanece a la espera de algo más que un candidato para revertir su situación actual.
Más allá de una situación concreta, no es menos cierto que se fajan como costaleros quienes pudiendo o debiendo no toman la decisión que, a posteriori, el paso del tiempo juzgó que era la más sensata. Y el argumento de la responsabilidad fue el clavo ardiendo que los mantuvo asiduos al cargo.
No hablamos de políticos (que para dimitir parece que necesitan las puertas de par en par y un buen empujón) ¿O sí? Tal vez, los que con sus palabras atacaron a las cofradías y luego se echaron atrás deberían rendir cuentas a sus votantes, aunque ellos prefieran militantes adoctrinados. Sería sano anunciar esas dimisiones.
Recordatorio Enfoque: Ocho apellidos cofrades