Sé que muchos, a esta altura distinta del calendario, ya sueñan con las noches que servirán de antesala a la Cuaresma. Noches en que se retoman los momentos que culminan el ciclo de cada año (el mismo que camina entre una Semana Santa y otra) y que, entre igualás y ensayos, se obtiene la excusa perfecta para estar con los amigos. No se trata de una coartada para los demás, sino más bien de un impulso a la propia ilusión que se maneja mejor con un motivo prohibido.
Tal vez, una reunión de costaleros ya no sea como fue y viva desfasado en el recuerdo de lo que viví. De aquellas noches frías a las que no hubiéramos querido poner fin. Tal vez, la moda y la profesionalización hayan dado paso a una nueva tipografía de situaciones que se enredan y ahora me resultarían incomprensibles.
Puede que la tipografía de los viejos modelos antagónicos se asemeje, en su mixtura de matices, a lo que debería ser. Y puede que para el costalero 2.1 sea más útil una App con el calendario de las igualás que disfrutar con la conmemoración sencilla de la Navidad, sin pensar reiteradamente en lo que vendrá justo después.
Es otra vida y otro tiempo. A veces, les confieso que me siento extremadamente viejo. Será porque el último sorbo del cáliz de hoy lo deleitaré en su amargor en la Nochebuena. La misma que miró con una ilusión que no tenía y en la que repaso los recuerdos más primarios. Los villancicos de mi abuela y aquella chimenea. Todo lo que se queda en la mochila de la infancia, la que después ya no puedes volver a abrir. Aunque puedo seguir buscando adentro y tomar la certeza de que todo sigue intacto porque hay más esperanza, porque seré tuyo siempre.
Blas Jesús Muñoz