Blas Jesús Muñoz. Existe una Córdoba más allá de los bares, pero sin ellos una parte de la idiosincrasia lúdica de Córdoba no se entiende. Los bares, los mercados -aparte de su repercusión en el empleo- muestran una parte del sentir de los caminantes que se detienen un rato en ellos y se evade de la crueldad de un mundo que hay días que cuesta pasarlo sin un sorbo de vida despreocupada. Inconscientes de ello, lo poco que queda de la Plaza Grande, ahora, también quieren que tenga su norma, los mismos gobernantes a los que se les llena la boca con el prohibido prohibir.
Existe una Córdoba más allá del fútbol, pero sin él un elemento evidente de la cultura de la Córdoba contemporánea no se entiende. Lo que genera económicamente es también evidente, tanto que el gobierno municipal se ha empeñado en meter el dedo en el ojo del club de la ciudad. Con un Teniente de Alcalde que, como el aficionado medio que va al Arcángel, parece que sólo sabe criticar y no dar una solución aceptable. Pero claro quien les habla se ha buscado demasiado la vida yendo al estadio a ver al Realejos y no cambiar aquel ascenso por ninguna Copa de Europa.
Existe una Córdoba más allá de los museos, pero sin ellos una parte identitaria de Córdoba no se entiende. La identidad de un pueblo es su cultura, a través de mil pésimas, entre ellos, no cerrar los museos cuando la ciudad está llena de turistas. Para eso está su Mezquita, la que le quieren quitar a su propietario, para hacer caja y maquillar la inoperancia industrial, innovadora o tecnológica de una ciudad sumida en el umbral de la pobreza.
Existe una Córdoba más allá de las cofradías, pero sin ellas una parte fundamental de Córdoba no se entiende. Por ello, aunque el argumento me provoque rechazo es una realidad, se hace difícilmente comprensible que si la Semana Santa es un valor seguro para el turismo y el turismo es el motor económico de la ciudad, se pongan todas las trabas posibles a su desarrollo en el centro turístico de la ciudad. Más allá de elementos ideológicos, lo que subyace es la aparente incapacidad de unos gobernantes que ni parecen políticos no gestores. Sólo falta por responder a una pregunta ¿por qué lo permitimos?