Blas J. Muñoz. Hubo un tiempo, no tan distante, en que una rosa o un clavel caían entre las manos con el temblor certero de la emoción, de la devoción particular conservada físicamente unos días más, tras la estación de penitencia. Había quien pensaba que el acto de amor era pueril, melancolía barata con que sentirse importante por un instante. Y, finalizada la estación de penitencia de cualquier cofradía, se instaba a los hermanos a dejar intactas jarras y frisos.
Nadie miraba la cera que iluminaba a Nuestra Señora (sea cual fuere) o a los canales que alumbraban al Cristo con cualquier atisbo de certeza de poder conservarlo. Sin embargo, para quien se sabe luz íntima que repita mostrando el camino, huelga decir que conservaría la cera de su devoción más que como un tesoro.
Un año más, tanto el Señor de la Sentencia como la Virgen de Gracia y Amparo estarán alumbrado por la cera que les donan sus hermanos, como así lo ha anunciado la corporación de San Nicolás. Y muy probablemente el donativo pecuniario sea lo de menos, cuando lo que prima es alumbrar el camino de tu devoción.
Un año más habrá hermanos que los alumbran por partida doblemente!anónima, bajo la túnica y con su donativo apenas conocido por unos pocos. Y habrá quien sólo pueda ser un llama vacilante de cera ardida a través de ese donativo. La cera que brilla por sus cofrades volverá a ser el recuerdo resguardado en casa de aquel Lunes Santo.