Actualmente está muy de moda el tema de la Memoria Histórica, aquella que
rinde homenaje a los vencidos de la Guerra Civil y víctimas de la Dictadura. Desde
mi punto de vista, todo homenaje para los damnificados de la brecha que se creó
en el país en el 36 es insuficiente. Pero ojo, para todos los damnificados.
Bien es cierto que los vencidos sufrieron las consecuencias de salir
derrotados, pero no es menos cierto que no sólo hubo pérdidas en el bando
republicano. De todos modos, no quiero adentrarme en el farragoso terreno de la política,
ni en el de los bandos puesto que nunca debieron haber existido. Hoy en día
perdura esa brecha entre las dos Españas, puesto que parece ser que hay mucha
gente empeñada en desenterrar el pasado para reconstruir la historia según sus
intereses, y no permitir que todos los españoles convivamos en paz de una
puñetera –con perdón- vez por todas.
No cabe duda que el pasado no se puede ni debe borrar, puesto que se
puede caer en el desastroso error de volver a cometer los mismos fallos que
otrora. Si los ciudadanos estudiaran historia pero de forma neutra, sin serles aplicados matices ideológicos ni opiniones en la educación de la asignatura,
probablemente esa brecha cicatrizaría paulatinamente. Pero es obvio que aquella cicatriz que
hostigó a nuestra nación es objeto de deseo masoquista de quienes no pretenden
honrar a los caídos de un bando –ya les digo que honrar sólo a una parte me
parece, como poco, deshonroso, valga la redundancia- sino hacer política
interesada a partir de ello, y de camino, cobrarse revanchas.
Por aportar una visión más global de la cuestión, ya puestos a honrar, ¿por
qué no honramos a todos aquellos cristianos que fueron perseguidos, señalados
con el dedo e incluso ejecutados por el mero hecho de serlo? ¿Por qué se olvida
la quema de parroquias y la pérdida de patrimonio de las mismas? ¿Qué hubiera pasado si otras muchas no hubieran sido hábilmente escondidas por los fieles de la época? Todo aquel
cofrade conocerá al imaginero Castillo Lastrucci, quien sin duda tuvo gran
protagonismo tras la Guerra Civil, ya que muchísimas Hermandades le encargaron
que hiciera nuevas tallas para llenar el vacío que había dejado la quema de
iglesias y la persecución a todo lo sagrado. Por ello el imaginero sevillano
tiene tantísimas tallas a lo largo de la geografía andaluza, y quizá también
por ello la frontera entre lo que es sello personal y hacer imágenes en serie
es demasiado difusa en el caso de la obra de Lastrucci, por la ingente cantidad
de encargos que llegaban a su taller. Esto da testimonio de la gran cantidad de
pérdidas que se sufrieron, también para el otro bando, en los años más negros
de una nación que, tiempo atrás, fue el imperio más grande de mundo, y que
terminó asesinándose entre unos y otros por pensar de una u otra manera. Muy
español eso de ser cainita, no cabe duda.
Por supuesto, ni de lejos pueden equipararse las pérdidas humanas con las
de patrimonio artístico de las Hermandades. Pero conviene poner los
acontecimientos en perspectiva. ¿Qué hubiera sucedido si el bando vencedor
hubiera sido el vencido y viceversa? ¿De cuánto patrimonio más -humano o patrimonial- se habría
privado a una nación con tantísima historia como la nuestra? Es tentador decir
que eso nunca se puede saber, y que nadie puede aventurarse en crear hipótesis
a partir de hechos que nunca sucedieron. Pero lo que es cierto e indiscutible
es que, durante el conflicto, la comunidad cristiana española no salió
demasiado bien parada ni en pérdidas humanas ni en pérdidas de patrimonio artístico y documental. Puede uno pensar que sí lo hizo después del mismo,
cuando el dictador Franco se aferró al nacionalcatolicismo como símbolo para
unificar al país, y que cuajó gracias, precisamente, al hostigamiento que la
Iglesia había sufrido por parte del otro bando. Pero desde mi punto de vista
fue un mero espejismo, un error –quizá forzado- de la Iglesia católica del país
que terminó por pasarle factura. A la vista está la concepción que hoy día se
tiene de que si eres católico por obligación has de ser de derecha o extrema
derecha, y la continua y visible aversión que, tantas décadas después, la
izquierda sigue mostrando hacia todo lo que huela a incienso. No, la Iglesia no
ha salido en ningún caso bien parada de la Guerra Civil, ni del Franquismo, ni
del nacionalcatolicismo.
Tanto hablar de memoria histórica y de lo que adolece nuestra enferma
sociedad es de amnesia histórica. O quizá de prostituir –o dejar que otros
prostituyan, que viene a ser lo mismo- la historia para cobrarse revanchas que
debieron perecer y quedarse en el pasado. Nuestra Iglesia, a pesar de que
muchos piensen y con razón que durante décadas del Régimen salió beneficiada,
continúa pagando las facturas de aquello día tras día, insulto tras insulto,
profanación tras profanación y burla tras burla. Salta a la vista que nada
bueno trae mezclar política con Iglesia, más aún cuando se pretendía utilizar a
esta última para intereses personales. La separación Iglesia-Estado, aunque
pueda parecer peligrosa para la institución religiosa, no es más que una
herramienta de purificación de la misma. ¿Se imaginan nuestro país sin que
nadie metiera el dedo en el ojo de los curas, de los católicos por el mero
hecho de serlo, día sí día también? Quizá habría sido posible si las cosas hubieran sido
diferentes. Pero… la historia no se puede cambiar ni olvidar. Lo que sin duda
ha de hacerse es pasar página y mirar al futuro común de todos.
Para terminar, me gustaría citar una afirmación que realizara Rafael Martínez
Sierra, Catedrático Emérito de Medicina, en su artículo para ABC titulado “La
amnesia histórica (médicos de la Guerra Civil)” y publicado allá por enero de
2008:
“Y como hiciera mi padre: yo traigo al mundo
a ese niño aunque su padre flagelara al mío y después me fusile a mi.”