Blas J. Muñoz. Se abre una mañana más de viernes y, entre
las miradas demasiado acostumbradas a mirar textos iguales, dos
instantáneas sobresalen ante la danza sucesiva de estampas de una
intensa Cuaresma. En la distancia geográfica de la ciudad no se hallan
muy distantes; en la emocional de sus devotos, tampoco.
Ambas marcan el paso decidido de los días, de los actos que
se sucederán en un más que intenso fin de semana que se abre con sus
respectivos Besapiés. Ambos anuncian la jornada con una fotografía
similar, en la que aguardan que se abran las puertas de sus templos, en
soledad, para recibir con un abrazo cálido a sus hijos.
En los Trinitarios el Señor Rescatado esta dispuesto para
la liturgia de siglos en que la ciudad se ha aferrado a Él como su
emblema, como la mirada palpitante de aquella mujer que nunca le falló y
que me enseñó la segunda de las partes imprescindibles del Misterio, a
golpe de la piedad de un pueblo.
En los Salesianos, el Señor del Prendimiento también
aguarda con el Santuario en silencio el comienzo del transitar de la
infancia a la madurez en los miles de rostros que poblaron el colegio.
Para concluir con el Alfa y Omega de un camino que culmina en San
Lorenzo con el Remedio de Ánimas y su alegoría exacta de la muerte que
nos iguala y llena de esperanza a los justos.
En una mañana de viernes, tres devociones esperan a la
ciudad como cada Cuaresma para mostrar que la fe es un cuerpo vivo y las
cofradías uno de sus vehículos indispensables.
Fotos Jesús Caparrós