Ya está aquí el Domingo de Ramos, y seamos sinceros, no lo ha hecho como nos gustaría. Todos soñamos una radiante mañana de primavera con el sol apretando, empujándonos a lucir modelito monísimo y el olor a azahar entremezclándose con el incienso impregnándolo todo. Pero ¿qué esperábamos?, ¡si es que todavía es invierno!. Comprendo perfectamente que no tenemos libertad para elegir las fechas de Semana Santa, y que esto es lo que hay, este año cae en estas fechas lo que toca es abrigo gordo, apretar los dientes, pasar frío por la noche y tratar de enterarte de por dónde va cada cofradía entre el lío tremendo que se produce con este clima miserable.
Porque esto es lo peor de todo cuando una se encuentra con una Semana Santa inestable como la que vamos a tener, que no hay certeza de nada. Si estuviese diluviando todo el día, podríamos hacer lo que un amigo me decía el otro día, braserito y vídeo, que dicho sea de paso es lo que apetece en casos como este y no salir a la calle con el riesgo potencial de mojarse los pies, corriendo de un lado a otro porque han salido pero tarde o han acortado por tal sitio o resulta que han llegado hasta no se dónde pero ya se vuelven. En fin un caos, y la verdad es que una ya no tiene edad adolescente para atravesar el centro en quince minutos.
Pase lo que pase, yo tengo clarísimo que hoy estrenaré vestido, ya me abrigaré por la noche, y por supuesto ilusión, y si luego a las lágrimas de San Pedro les da por hacer acto de presencia, lo afrontaré con la mejor sonrisa posible y a correr, que la vida son tres días y en menos que canta un gallo llega de nuevo la Cuaresma.
Y si la suerte se alía con los cofrades disfrutaré como una niña rememorando aquellos recuerdos de mi infancia que se reproducen una y otra vez cada Luna de Nisán, esos que son personales e insustituibles esos que forman parte de nuestra propia esencia, esos que aprendimos de la mano de nuestros padres, esos que hemos ido enseñando a nuestros hijos, esos que usted y yo tenemos y que solamente entendemos los que latimos a compás de Coronación de la Macarena.
Viviré intensamente cada instante y me recrearé en cada aroma, en cada gota de cera derramada, en cada lágrima que brilla y en cada nota pregonada... y susurraré al oído a quienes protagonizan mis desvelos cuáles son esos pequeños tesoros que me enseñaron mis padres a paladear para que comprendan cuál es la verdadera fragancia que convierte la Semana Santa en una manifestación única y fundamental, en una parte indisoluble de nuestra realidad como andaluces y que algunos, unos pocos sectarios, no entienden o no quieren entender. La Semana Santa es esencia de nuestro pueblo, forma parte de nuestra naturaleza, de nuestra identidad, y eso no podrán borrarlo ni los agoreros de la Aemet, ni unos inoportunos chaparrones de marzo ni unos cuantos fanáticos con carnet de político perroflauta ni siquiera esos dirigentes cofrades que se empeñan a echarnos de nuestras propias hermandades.
La Semana Santa ha llegado, vívanla con intensidad, que en cuanto le vean la espalda a la borriquita, empezará a escaparse de entre los dedos.
He dicho
Sonia Moreno
Recordatorio Mi luz interior: Mejor con bulla