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sábado, 12 de marzo de 2016

Mi luz interior: Mejor con bulla


A falta de siete días para que comience la semana más intensa el año, vuelvo a tener la oportunidad de abrir mi corazón en este pequeño rincón de libertad cuya existencia y funcionamiento algunos parecen no entender. Y lo hago con mis pensamientos inmersos en una nostalgia que bebe de unos recuerdos que me van a permitir que comparta con ustedes. No se por qué han venido a mi estos recuerdos de mi infancia, tal vez sea por mi artículo de la semana pasada en la que les hablaba del exceso que rodea a buena parte del mundo de las cofradías. Supongo que ha sido inevitable que en mi interior se agolpasen recuerdos de épocas que a la vista de los seres humanos pueden parecer lejanos pero que en términos de tiempos de cofradías sucedían antes de ayer, recuerdos de cofradías por calles mucho más vacías que ahora.

Recuerdo un Lunes Santo a la Hermandad de Ánimas pasando por delante de lo que hoy es Zara, yo iba de la mano de mi madre paseando, tranquilamente, y nos paramos a charlar con unos conocidos de mis papis. Ellos charlaban mientras yo contemplaba absorta a esos nazarenos vestidos de negro a los que poca gente, al menos por ese punto del recorrido, prestaba demasiada atención. Entonces la Carrera Oficial terminaba en lo que años después se convirtió en el Bulevar del Gran Capitán y desde luego, por ella circulaban buena parte de las cofradías con una ausencia de público que resultaba desoladora y por supuesto inconcebible en la actualidad. Recuerdo algún año después, un Martes Santo cualquiera, viendo en Cruz Conde el palio de la Virgen de la Piedad, de pie tras las sillas medio vacías formando parte de una hilera también medio vacía. O recuerdo el mismo Martes Santo cuando el Nazareno pasaba por Colón prácticamente solo. 

Les decía el otro día que en algunas cosas se ha cambiado a mejor y en otras a peor. Es obvio que en afluencia de público se ha mejorado, era muy triste ver a muchas cofradías caminando sin pena ni gloria por las calles de la ciudad. Para que tengan perspectiva yo visto sentada en el coche de mi padre recogerse al Descendimiento cuando subía esa cuesta de tierra que había en el lateral de la iglesia. Cuando los cofrades de nuevas generaciones hablan de Semana Santa deberían poder tener la oportunidad de utilizar la tecnología del Ministerio del Tiempo, esa serie tan graciosa de Televisión Española, para entrar por alguna de esas puertas mágicas y poder conocer de primera mano como era la Semana Santa de mi infancia, a finales de los setenta o principios de los ochenta, tal vez así valorarían más lo que tienen.

La cosa es que cuando una se plantea cómo está ahora Deanes o cualquier calle cercana a la Mezquita Catedral al paso de cualquier Cofradía o la Cuesta del Bailío cada Domingo de Ramos y lo compara con aquella época se pregunta y es inevitable, cuándo llegó el momento del cambio y sobre todo cuáles fueron las razones, buena parte de ellas basadas en las modas desde luego. Supongo que poco a poco empezó a gustar entre los jóvenes ese gusanillo de salir de costalero y mucho después eso de tocar una corneta… me gustaría pensar que motivos más profundos provocaron el cambio pero tampoco le pidamos peras al olmo. A fin de cuentas mucho de lo que rodea la Semana Santa tiene más que ver con aspectos secundarios que con lo mollar que es lo espiritual. Y seguramente parte del éxito de lo cofrade se basa precisamente de eso, en que es una combinación de elementos diversos, que engloban desde la fe a diferentes manifestaciones artísticas, desde la música al bordado, pasando por la imaginería o el propio buen hacer de una cuadrilla que también en ocasiones puede considerarse verdadero arte. Por eso es capaz de arrastrar a personas que no tienen un sentimiento religioso demasiado desarrollado por no decir inexistente y eso lejos de escandalizarnos debe satisfacernos a los que nos consideramos cristianos y cofrades. Y debe hacerlo por dos razones, uno porque si el mensaje de Jesús puede llegar a personas que jamás se les les ocurría buscarlo en una Iglesia y logra calar en una sola de ellas, bien empleado estará el esfuerzo y dos porque parte de la fuerza que podamos tener a la hora de reivindicar lo que nos corresponde, cuanta más gente seamos capaces de congregar mayor será nuestra fuerza aunque sólo sea por número de personas y por riqueza generada, y aunque sólo sea por el miedo que a los dirigentes políticos les pueda entrar si algún día a las cofradías se les ocurriese protestar, en lugar de con una huelga a la japonesa acudiendo todos en masa a la Mezquita Catedral, no saliendo a la calle, a ver qué ojitos de Tristán ponen esos mismos comerciantes que tanto se quejan del paso de las cofradías, si se quedan sin turistas una de las pocas semanas al año en que se roza o alcanza el 100% de ocupación hotelera, esos mismos comerciantes que no aportan ni un duro a las hermandades ni a lo que les rodea y se aprovechan como aves de rapiña de sus esfuerzos.

La masificación tiene su parte negativa, es verdad, que le pregunten a los que tienen que aguantar al grupo de niñatos maleducados que ocupa parte de de Colón cada Miércoles Santo montado fiestuqui, que cuando se van, dejan como una pocilga los jardines porque se ve que sus padres no les han enseñado nunca a recoger lo que ensucian y que terminarán provocando que algún día este Ayuntamiento que tanto nos quiere prohíba a la Paz y Esperanza o a cualquier otra hermandad atravesarlos. Pero dejando por cosa perdida lo negativo, valoremos lo hermoso que supone ver a las cofradías avanzando entre el gentío y qué bonito es ver las calles llenas de cordobeses buscando el olor del incienso aunque sólo sea unos días al año. Porque al contrario de lo que defienden algunos sectores políticos, nuestra condición de cristianos no es solamente algo a vivir privadamente sino que cuando las hermandades se convierten en cofradías lo que pretenden es manifestar públicamente su fe, así que si se deja constancia de ello ante muchos que ante pocos mejor que mejor, ¿no les parece?

He dicho

Sonia Moreno









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