Hacía tiempo que no se veían cara a cara, posiblemente años, posiblemente mucho antes de arrugársele para siempre las manos, de borrársele la sonrisa de su rostro eternamente, mucho antes de que sus hijos le marcaran una vida de luto y desesperación. Pero este Viernes se han vuelto a ver, en la puerta de su casa. El Cristo del Amor conoce cada arruga de su cara, y por eso la consuela. El antiguo Crucifijo sabe de todos y cada uno de sus dolores, y por ello la calma. El Cristo muerto del Cerro sabe de su soledad y por eso la visita.
En el Cerro se habla otro idioma al del resto de las cofradías, diferente al de otros barrios. Y eso se ve en el Via Crucis del titular de la populosa Hermandad del Domingo de Ramos. Él entiende de paro, de pobreza, de droga, de desesperación, de soledades, de delincuencia y, por ello, se planta ante la puerta de todo ello dispuesto a derramar su sangre, a manchar las puertas de cada casa del barrio alto con un rojo intenso que demuestre quién manda en esas calles: El Amor.
De eso va el Via Crucis del Santísimo y Milagroso Cristo del Amor, de visitas a los enfermos del Cerro, de sanar corazones vacíos, de colmar platos de amor, de llenar paredes encaladas con su infinita misericordia. A ver si aprendemos el resto, los de este lado del río, a rezar verdaderos Via Crucis cada Cuaresma, sin tanta corbata, tanto incienso, tanto motete y tanto pego.
Rafael Cuevas
Recordatorio El Compás de San Pablo: Artistas de palabra