Blas J. Muñoz. Ha pasado más de un lustro desde aquella entrevista en que el Pregonero de las Glorias de Córdoba, Luis Hernández, reflexionase sobre cómo era el Rocío de ahora y el de hace cuarenta años. Su valoración ahondaba en la autenticidad de unos años en que los peregrinos no se contaban casi por el millón al salir de su ermita la Blanca Paloma.
Probablemente, las últimas décadas han reproducido este aspecto de la masificación en casi todas las fiestas tradicionales y, el ejemplo de la Semana Santa, también va de la mano con el Rocío. Entre sus aspectos positivos -que los hay-, no cabe duda de que la proyección de la Romería a la marisma almonteña ha crecido exponencialmente durante décadas y ello ha propiciado el aumento de peregrinos que, a su vez, propician el feedback que despierta el interés de los medios.
En su vertiente menos positiva, seguramente, se halle el hecho de que la intimidad ante la Imagen sobre la que se deposita la devoción se pierda, en una medida no deseable. No obstante, el hecho religioso, el de la piedad popular que estalla cada Pentecostés sigue manteniendo su autenticidad en el sustrato que sirve de cimiento de la celebración.
A todo esto, si le sumamos la atención mediática que despierta con el contenido añadido del temporal que esta semana azota el occidente andaluz, nos ponen frente a una especie de fenómeno informativo. Una meteorología adversa que apenas recuerdan los más "viejos" y que sostienen que no se producía, en condiciones similares, desde hace sesenta años. Sea como fuere, la expectación es máxima y viene a demostrar que la fe no pasa de moda.