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miércoles, 3 de agosto de 2016

Mis instantes favoritos: La Reina de la Calle Larga


Guillermo Rodríguez. Lo reconozco. Yo soy de esos que un día, en el ocaso de mi adolescencia atravesé el puente en busca de su mirada. Recuerdo la frase de quien entonces era mi amigo. “Me voy para Triana… ¿quién se viene?”. No recuerdo si las palabras fueron exactas pero sonó a eso. Corrí al encuentro de la Reina de la Calle Larga y me convertí en militante de sus ojos.

Desde entonces, cuando mi mirada se cruza con su suya, mi corazón se precipita por el abismo de su nombre. Y mi alma se eleva a la orilla de la ribera de mis emociones perdidas, para beber del cáliz de sus maravillas. Porque a pesar de sentirme de la mismísima cava cada vez que la noche más hermosa nos regala su presencia y emocionarme con el paso atrás cuando el Rey de la Pureza parece no querer abandonarme, mientras anhelo bañarme en las pupilas gitanas de la Madre de Dios, las puertas del mismo Cielo se abren de par en par para que mi barca se adentre en el océano de su divinidad.

Por eso fui en encontrarme con Ella una vez más. Para rozar sus mejillas con mi pasión desenfrenada, para rezarle en el alba de mis ansias de eterno combatiente, para piropear su esencia, la que impregna las callejuelas que conducen a su altar. Porque como predican lejos del Río Grande, los trianeros nacemos donde nos da la gana, y mi alma nació aquella mañana de Viernes Santo, abrazado a mis ilusiones frente al aroma del frontal de su palio. Donde quedó encallada mi humilde barquilla para no abandonar su orilla nunca más y permanecer eternamente atrapado por el ancla de mi fe.

Hoy, cuando el mundo entero precisa de tu verdad para continuar girando sin zozobrar en el océano de la desesperación, déjame ser un granito más en tu orilla de plegarias, y habitar por un instante el dorso de tu mano, para rendirte pleitesía. Porque sólo Tú eres la roca en que asienta mi conciencia, sólo Tú me coges de la mano para acercarme a tu hijo, el Dios Hombre que cada día nos enseña a levantarnos cuando la vida nos golpea. 

Porque sin Ti, no soy nada, Madre… ayúdeme a continuar caminando, consolando mis lágrimas con tu luz y tu Esperanza…





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