Esther Mª Ojeda. La Madrugá sevillana es siempre un atractivo añadido a la Semana Santa, destacando incluso por encima del resto de días que la conforman, la noche más larga se presenta como una intensísima jornada, llena de emociones y alzándose como un gran reclamo para propios y extraños llamados a ser partícipes y testigos de la expectación creada principalmente por las hermandades de la Macarena, el Gran Poder y la Esperanza de Triana.
A menudo a la sombra de estas representativas corporaciones, cuyas devociones no entienden de fronteras, se mueve con elegante discreción y haciendo honor a su nombre la Hermandad del Silencio. Y así, con expresión serena y eternamente abrazado a su portentosa cruz, avanza sobre su paso el Nazareno de la corporación de San Antonio Abad sumándose al discurrir de las calles hispalenses y, a pesar de pertenecer a la cofradía de mayor antigüedad de cuantas procesionan en la Madrugá remontándose a un lejano año de 1340, la imagen de Jesús Nazareno sigue siendo a veces un gran desconocido fuera de la capital andaluza.
Se trata de una talla realizada a comienzos del siglo XVII y aunque está considerada una obra anónima, existen fundamentos que han llevado a atribuirla en numerosas ocasiones a los imagineros Francisco de Ocampo y Gaspar de la Cueva, descartando con ello una antigua hipótesis que también jugaba con la posible autoría de Juan Martínez Montañés. En torno a la imagen de este nazareno de expresiva y profunda mirada, siempre dirigida al espectador, la cofradía siguió construyendo una extensísima historia que comenzase a dar sus primeros pasos en el siglo XIV, llegando a constituirse como una corporación de enorme valor artístico y devocional, cargada de simbología hasta convertirse en un ejemplo y señalando los pasos a seguir a la hora de realizar estación de penitencia.
Precisamente con una inmortalizada escena de esa vasta y modélica historia nos ilustraba hace tan solo unos días la cuenta de Twitter “Archivo Cofrade” (@Archivo_Cofrade), con una fotografía del magnífico Nazareno a principios del siglo XX. Siempre escoltado por sus ángeles ceroferarios atribuidos a Pedro Duque Cornejo (1726), aceptando la cruz perpetuando una iconografía extendida desde el siglo XVI y vistiendo la túnica popularmente conocida como “la del delantal”.
Una célebre y riquísima pieza que bordaran las hermanas Francisca y Rita Zuloaga en torno al año 1830, caracterizada por diseños de acanto y otros elementos de influencia claramente renacentista dispuestos en vertical y horizontal, haciendo gala de la tradicional simbología tan propia de la Hermandad del Silencio que pretende representar a Dios, trazando una línea marcada por la ausencia del principio y el final.