Suspira el querubín por seguir al Arcángel de los caminantes por las calles de su ciudad, sanando con su celestial medicina, el alma podrida de quienes quieren cambiar el rojo de su día por aparentar ser más rojos que nadie. Suspira divertido por el desdicho sobre lo dicho y el borrado de lo antes escrito.
Suspira extasiado, entre nubes de penetrante incienso, con la mecida alegre y elegante, de María derramando Salud por los rincones infinitos del Martes Santo, a hombros de la fe de su barrio... y sonríe de plenitud mientras suspira...
Suspira expectante por lo que el Adviento habrá de traer, envuelto entre pañales y ramas de olivo, regocijándose por la satisfacción derivada y sonriendo travieso por la sorpresa ingringida.
Joaquín de Sierra i Fabra