Eva Martín. Una vez más volvió a suceder. Me acerque hasta tu hogar mercedario y entré por el cancel de la puerta. Al fondo te encontrabas Tú, recibiendo el cariño de tus hijos. Aguarde pacientemente que llegara mi turno y cuando te tuve cerca note que tu presencia infinita se precipitaba sobre mi espíritu, como otras veces había notado.
Se me erizó la piel, como ocurre cada vez que te tengo a centímetros de mí; y sentí, nuevamente, que sólo Tú me das la calma en los momentos de desasosiego, que solo Tú consuelas la zozobra del mar enrabietado en que se desenvuelve en mi barca cotidiana, que solo tu Merced es capaz de arrancarme de mis miserias, para devolverme a ese rinconcito de Cielo que tu Hijo Humilde se empeña en conservar para mí.
Mis labios acariciaron tu mano y el tiempo se detuvo. Ahí estabas Madre Mía a escasos centímetros de mí. Y una vez más experimenté la maravillosa metamorfosis que solamente tu esencia puede lograr. Me marché lentamente, solo fueron unos minutos que me alimentaron como si de horas se hubiesen tratado; y desde la frontera de la puerta me gire para mirarte una vez más... sé que estarás aquí el año que viene, otra vez, esperándome y tú sabes que volveré como siempre... para siempre... y hallaré refugio tu Merced.