Esther Mª Ojeda. Corría el año 1971 y la cordobesa Hermandad de la Expiración ya hablaba de la obra social y de las relaciones entre los miembros de la cofradía como las actividades de mayor relevancia en el seno de una corporación. “Estimamos que poseen mayor importancia las actividades encaminadas a vitalizar durante todo el año la vida de la hermandad y en este aspecto podemos estar contentos”, declaraba el entonces hermano mayor José Flores Revuelto para la correspondiente edición de ese año de la revista Patio Cordobés.
Orgullosos de las iniciativas llevadas a cabo, la cofradía de San Pablo había realizado recientemente diversos proyectos como un cursillo de clases particulares gratuitas orientado a los miembros de la hermandad con asignaturas pendientes, lo cual se había desarrollado a lo largo del verano anterior. Un verano que, al llegar a su fin, servía para emprender la primera tanda de cursillos prematrimoniales. Aunque sin duda, la medida más llamativa y trascendente era la de dedicar un 85% del total de las cuotas de los hermanos de la Expiración a las distintas obras de caridad. Y así, con gran apoyo de los miembros, la suma quedaba repartida entre Cáritas, el Seminario, la residencia de ancianos de Madre de Dios y San Rafael, las Campañas Nacionales de Lucha contra el Hambre y los damnificados de Perú y, por si esto fuera poco, también se realizaban donaciones destinadas a la Parroquia de las Palmeras.
Sin embargo, aunque sería posible pensar que dada la intensidad y la entrega con que eran abordados estos propósitos, la parte patrimonial se vería desfavorecida, nada más lejos de la realidad. A este respecto, la Expiración se acercaba a la Semana Santa de 1971 con sus objetivos igualmente cumplidos, habiendo concluido convenientemente la segunda fase del paso de palio bajo el que todavía se mecía María Santísima del Silencio, puesto que Nuestra Señora del Rosario sería realizada más tarde, ya en 1973. Así, la cofradía de los Estudiantes se disponía a estrenar en su estación de penitencia el completo cincelado de los varales del palio y de los respiraderos frontales y posteriores. También la candelería había pasado por el mismo proceso, quedando asimismo cincelados hasta 98 piezas además del llamador, todo ello primorosamente ejecutado por Francisco Díaz Roncero.
También obra del desaparecido e ilustre orfebre era la corona de plata sobredorada que realizase para la siempre discreta Virgen del Silencio, ofrecida por todos los hermanos y que le fue impuesta por Carlos Díaz, entonces consiliario de la hermandad, a la antigua imagen en una ceremonia celebrada en la tarde del 7 de diciembre de 1970, al finalizar la pertinente misa. Fue esta misma corona la que María Santísima del Silencio usó en sus pocas salidas bajo palio – tal y como se puede apreciar en la fotografía – y que, tras haber sido restaurada lució la Virgen del Rosario en la celebración de sus cultos el pasado mes de octubre.
Fotografía Patio Cordobés