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lunes, 12 de diciembre de 2016

La primitiva talla de Santa María de la Merced


Esther Mª Ojeda. Es muy posible que, a las generaciones cofrades más jóvenes les resulte tremendamente complicado imaginar a la Virgen de la Merced con un rostro que no sea el que, primorosamente, le tallase el insigne imaginero Francisco Buiza en el año 1976 y sin embargó, al igual que en otros tantos casos, la bella y actual dolorosa de la corporación del Zumbacón dista mucho de la titular en torno a la que se constituyó la popular cofradía.

La hermandad de San Antonio de Padua comenzaba su andadura en el mundo cofrade con su fundación en el año 1954, en un entorno que condicionaría decididamente la advocación de sus titulares, especialmente en el caso de la Santísima Virgen, en cuyo nombre influiría de forma considerable la proximidad de la Prisión Provincial sumada a los orígenes catalanes de los fundadores de la cofradía.

Ya con la advocación que tan ineludible parecía, la primitiva dolorosa de la Hermandad de la Merced – perteneciente según los datos obtenidos a la escuela sevillana del siglo XVIII – llegaba al seno de la corporación como una donación del que fuese su propietario, Rafael Rodríguez de Ortega, y también su vestidor, trabajo que desempeñó desde que Ella abandonara su casa para pasar a formar parte de la cofradía hasta la realización de la talla actual de Santa María de la Merced, habiendo con ello recibido culto durante 20 años, concretamente desde 1955 hasta 1975, a pesar de que, curiosamente la fotografía que ilustra este artículo fue publicada por Alto Guadalquivir en su edición de 1980.

Una vez todo estuvo en orden, la joven hermandad realizaba su primera salida oficial tras la bendición de la Santísima Virgen en la Parroquia de San Lorenzo en la fecha del 1 de noviembre de 1954. Ese mismo día, al finalizar la ceremonia, la primera titular de la corporación partía desde la citada iglesia hacia su propia y nueva sede. Desde ese histórico momento, la Hermandad de la Merced comenzaría a procesionar en la jornada del Lunes Santo exclusivamente por los alrededores de su barrio sobre un paso cedido por la Hermandad del Rescatado hasta que, la de San Antonio de Padua volviese a dar un nuevo paso adelante con su incorporación a la Carrera Oficial ya en 1958.

A diferencia de lo que ocurriese con la primera imagen del Señor – de la que ya hablamos en anteriores publicaciones de Gente de Paz – la corporación centró todos sus esfuerzos en la talla de la Virgen de la Merced, adquiriendo para ella un nuevo paso con respiraderos y candelería también de nueva factura. Por otro lado, se incorporaría asimismo un palio en tonos blancos y que constituía una novedad reseñable teniendo en cuenta que anteriormente la Virgen carecía de palio y, como consecuencia, la cofradía debería incorporar los varales, comprados a la Hermandad de la Borriquita de Cádiz  y finalmente el juego de jarras.

En aquel mismo período, la Santísima Virgen se convertiría en una de las protagonistas de su jornada cuando, camino de la Carrera Oficial, se encontraba con el venerado Esparraguero a su paso por el Marrubial, dando lugar a un histórico y emotivo momento del que por razones obvias el pueblo cordobés no ha vuelto a ser testigo.

Sin embargo, la historia devocional que había comenzado con la primitiva Virgen de la Merced se vio alterada cuando, en 1976, la dolorosa hubo de ser trasladada a Sevilla para someterse a un proceso de restauración. Una vez allí, el imaginero al que le había sido confiado dicho encargo – que no fue otro que el propio Buiza – se puso rápidamente en contacto con los entonces Oficiales de Junta, comunicándoles la triste noticia del avanzadísimo estado de deterioro en que se encontraba la Virgen. Los desperfectos habían llegado a un estado tan crítico en la cabeza de la talla que esta tan solo conservaba en ese momento el rostrillo de estuco que se realiza sobre la madera para posteriormente llevar a cabo el policromado.

Frente a esta indeseada y apremiante situación, la Junta de la hermandad del Lunes Santo tomó como determinación encargar la hechura de una nueva dolorosa al imaginero sevillano, eso sí con el requerimiento de que la de nueva factura guardase cierta similitud en sus rasgos con la original. Una vez estuviese concluida la nueva imagen de María Santísima de la Merced, la anterior sería quemada para que sus cenizas fuesen depositadas en un habitáculo previamente realizado en la espalda de la dolorosa de Buiza. Además, en un principio la ahora titular de la cofradía llevó las manos de su predecesora, al ser estas lo único que había logrado conservarse de la anterior. No obstante, a pocos meses de su muerte, Francisco Buiza le talló unas nuevas, con lo que las otras, según parece, pasaron a conservarse en la Casa de Hermandad de la Merced, como una valiosísima reliquia con la recordar los primeros años de su historia.

Fotografía Alto Guadalquivir





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