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viernes, 20 de enero de 2017

El Hijo de Dios que agoniza en Triana


Esther Mª Ojeda. Cuando se habla de “el Cachorro de Triana”, hay dos cosas que siempre acuden irremediablemente a nuestra mente: una es la mirada perdida en el cielo del conmovedor crucificado a las puertas de la muerte y la otra la leyenda que, como tal, ha llegado hasta nuestros días gracias a la tradición oral en la que todo parecía indicar que la realización del Cristo de la Expiración estuvo inspirada en la muerte de aquel célebre gitano de la Cava de Triana del que la talla realizada por el imaginero Ruiz Gijón también heredó el sobrenombre.

Sin embargo, son muchos los que quedan aún por saber que la historia de la hermandad del agonizante crucificado de Triana se consolidó de la mano de una hermandad constituida en torno a una Virgen bajo la advocación de Patrocinio que había sido encontrada en el fondo de un pozo – supuestamente a la que los cristianos escondieron debido a la anterior invasión árabe –  y con la que se fusionó finalmente en el año 1689.

El impresionante dramatismo impreso en el rostro del Cachorro logró desde el principio conmover y captar la atención del espectador dando lugar a una de las grandes devociones de la capital hispalense y llegando hasta un siglo XIX en el que las epidemias y tantas otras adversidades formaban parte indivisible del día a día, motivo por el que eran del todo habituales las rogativas típicas de aquellos años, las cuales estuvieron presididas en numerosas ocasiones por la talla del Santísimo Cristo de la Expiración. No obstante, no fue hasta la mitad del siglo XIX cuando el Cachorro comenzó a cruzar el río en su estación de penitencia para llegar hasta la Catedral y empezar a regalarnos al fin esa escena tan buscada y posteriormente tantas veces retratada por los objetivos de las cámaras que, aún hoy siguen obcecándose en inmortalizar la silueta del Cachorro dibujándose sobre el puente de Triana.


Según atestigua la propia hermandad, es a principios del siglo XX cuando la imagen del cortejo procesional empieza a definirse y a configurarse con el aspecto que se conoce ya en la actualidad hasta que finalmente, concretamente en el año 1909, se acuerda que el hábito nazareno se caracterice en lo sucesivo por el cubre rostro negro y la capa blanca. Unas palabras que quedaban constatadas con esta interefotografía que la propia cuenta de Twitter de la corporación (@HdadCachorro) se encargó de publicar hace meses y que mostraban la entrada del Santísimo Cristo en el popular puente que comunica su barrio con el resto de la ciudad. Una imagen que demuestra cómo ya en la remota década de 1910, la gente se agolpaba abarrotando las calles al paso del impactante crucificado de Triana.

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