Al arquitecto que en su día diseñara Santa Marina hay que agradecerle, al menos por esta vez, que dotara a la Iglesia de unas dimensiones considerables. Si llega a hacer un templo pequeño parecido a una capilla, hoy estaríamos lamentando que el tercer incendio en la historia de esta joya del mudéjar habría dejado más que unas maderas chamuscadas y una humareda en su interior.
Es decir, que si los autores llegan a hacer lo que hicieron en un templo no tan grande, la tragedia patrimonial y sentimental hubiera sido mayúscula. Por eso se puede decir que, dentro del sobresalto, la hermandad de la Resurrección ha podido contarlo.
¿Unos gamberros, unos locos, unos radicales de ultraizquierda, unos borrachos de la madrugada? No parece que a los autores les hubiera dado esa noche un punto filipino y de repente cometieran una gamberrada. Por lo que se sabe, los responsables de meter cartones impregnados de gasolina por debajo de la puerta tenían una intencionalidad, la de que la proclama política que dejaron escrita en los muros «libertad para los anarquistas detenidos» llamara la atención. Es decir que, intencionalidad ideológica, por lo que se sabe de buena tinta, si parece que hubo.
Dicen que lo mejor ha sido la reacción serena de la Iglesia, de la hermandad, de los fieles o sencillamente de la gente de bien que deplora cualquier tipo de violencia. Buena la reacción de las fuerzas políticas que, sin distingos, han condenado el hecho. Lo que ocurre es que no es esta la primera Iglesia española donde se cometen actos vandálicos: el Pilar, la Almudena, ahora Santa Marina... Quizá alguien se debería parar a pensar qué está pasando o quiénes son los responsables de que años después, vuelva el odio y lo haga por el mismo lugar por el que entonces vino.