Después de varias semanas sin poder pasar por aquí, vuelvo hoy para seguir compartiendo con todos mi humilde opinión sobre todo lo que nos rodea en el ámbito cofrade, desde este pequeño “púlpito” que se me brinda cada sábado en esta sección.
Como dice el título del artículo de esta semana, “ya no quedan mecenas” en las cofradías, o al menos no como tales, aunque sí que subsisten los llamados “donantes” e incluso otra figura que bien podría estar en un término medio entre mecenas y prestamista, personas acaudaladas que financian personalmente los estrenos y proyectos de nuestras hermandades para cobrarlos posteriormente (con o sin intereses, algo que en muchos casos desconocemos). A esta última figura me gustaría llamarla el “mecenas banquero”, ya que se encuentra un poco entre las dos posiciones.
Ante la afirmación que figura en el título del artículo me gustaría plantear la siguiente pregunta, ¿realmente nos hacen falta los mecenas?. Bien es cierto que hoy día encontramos hermandades con muchísimas dificultades para salir adelante, e incluso algunas que lamentablemente han sufrido las consecuencias de malas gestiones o decisiones desacertadas en sus órganos de gobierno y que bien le vendrían un par de éstos para volver a la normalidad o poder finalizar esos eternos proyectos que año tras año se van quedando guardados en aquel cajón olvidado en cualquier taller artesanal o secretaría de una hermandad.
Sin embargo me planteo esta pregunta porque viendo los diferentes casos que existen en nuestra ciudad, pienso que, como cofrade, uno disfruta más viendo cómo nace un proyecto, a través de una propuesta de un grupo de hermanos aportando ideas, que después se traslada a la junta de gobierno de la hermandad y se hace pública a los hermanos, y como entre todos intentan aunar esfuerzos y aportar su pequeño grano de arena para hacer realidad ese proyecto; se realizan actividades para recaudar, y van pasando los meses o años hasta ver materializado todo el esfuerzo y la aportación anónima de los hermanos. Todo esto para mí es hacer hermandad, y es lo que hace grande a una hermandad, la unión de sus hermanos para conseguir un mismo fin, que, como todos sabemos, será el de ofrecer lo mejor a nuestros titulares para engrandecer aun más si cabe su devoción.
En el punto contrario nos encontramos con la figura que antes he pasado a denominar como “mecenas banquero”, aquel que generalmente impone su “gusto” personal y su única “opinión válida” para realizar proyectos a golpe de talonario, para que su nombre figure con letras de oro en los anales de nuestras cofradías y para dejar a su hermandad endeudada ante un “préstamo” en el que no figura contrato alguno, no figuran plazos de ejecución ni póliza de seguro, y seguramente tampoco quede demasiado claro en los libros contables, ni los hermanos tengan suficiente información acerca del mismo. Ante este caso podremos ver hermandades con grandes estrenos sin plazos de espera o fases de terminación aun sin cumplir, podremos ver una hermandad en la que predomine el “yo” sobre el “nosotros”, donde no se implica a los hermanos ni se les consulta, una hermandad que cada vez hace menos uso del significado de “hermandad”.
Después de todo esto tan solo cabe preguntarnos si realmente “ya no existen mecenas” o si bien existen pero disfrazados de diferentes figuras en nuestras cofradías; ya sea desde el anonimato o apareciendo como único benefactor de la causa. Incluso plantearnos la cuestión de si realmente nuestras cofradías pueden subsistir o no sin alguna de estas figuras expuestas anteriormente, que cada uno saque sus propias conclusiones.
Paco Afán
Recordatorio Entre lo Divino y lo humano