Un veteranísimo cofrade, que de Semana Santa sabe un rato
porque ya salía con su túnica de merino y una varita acompañando a la Esperanza
Macarena desde la iglesia de la Anunciación, puso el dedo en la llaga esta
Cuaresma al advertir el problema que se venía encima: «La nuevas normas (de
obligado cumplimiento para las hermandades) son demasiado estrictas y podemos
transformar la Semana Santa de Sevilla, con todos mis respetos, en la Semana
Santa de Valladolid o de Zamora». La sentencia formulada por el hermano mayor
de la Macarena, Manuel García, en la entrevista publicada en estas mismas páginas el pasado 9 de marzo anticipaba de alguna manera el debate de mayor
calado que ha quedado sobre el tapete tras esta radiante Semana Santa que rozó
el pleno de cofradías que dejó estampas de cirios arqueados por el sol: ¿Cómo
solucionar los retrasos que acumulan casi sistemáticamente algunas jornadas sin
convertir la Carrera Oficial en una contrarreloj? ¿Hasta dónde debe llegar el
sacrificio de las hermandades por cumplir estrictamente con sus horarios? ¿Cómo
debe sentirse un nazareno que la mitad del recorrido de su cofradía lo pasa
formando parte de una manifestación de encapuchados que transcurre al barullo,
de tres en tres o de cuatro en cuatro, sin más orden ni concierto y con su
cirio apagado para evitar percances en esa bulla?
Acuciadas por la presión del conteo oficial de nazarenos y
por las potenciales sanciones contempladas en los nuevos estatutos, las prisas
se han apoderado por completo de las cofradías. Todas las hermandades (o casi
todas) se han marcado como una máxima el cumplimiento riguroso de los horarios
sacrificando incluso el lucimiento de sus pasos (se acabaron las saetas a la
Macarena en la Campana). Las cofradías viven obsesionadas por el reloj. La
espontaneidad se pierde y con ella la capacidad de sorpresa y asombro. Día tras
día, la Carrera Oficial se convierte en un trasunto de la película de los
Hermanos Marx, Un día en las carreras. Una celeridad apreciable incluso en los
regresos a los templos. Más de una cofradía ha plantado su Cruz de Guía de
vuelta a casa con demasiada antelación.
El conteo auspiaciado por el Consejo dará o quitará razones,
pero da la impresión de que la Semana Santa goza de una extraordinaria salud y
que los cuerpos de nazarenos de la mayoría de las cofradías continúan creciendo
año tras año sin que sus tiempos de paso, por contra, se hayan incrementado. En
el último conteo oficial, el del año 2009, sólo el Gran Poder superó la barrera
de los 2.000 nazarenos. Este año son varias las cofradías que, según los datos
particulares aportados en los programas de mano, rebasarán presumiblemente ese
listón.
De poco valió que el Domingo de
Ramos dos cofradías, El Amor y La Estrella, optaran por limitar los componentes
de sus bandas en un intento por reducir la extensión de sus cortejos. La
jornada que abre la Semana Santa acabó con uno de los mayores retrasos
registrados en la Campana, 35 minutos, todo lo contrario que el Lunes Santo,
que por vez primera en muchos años funcionó como un reloj. Querer es poder.
Aunque para ello cierto sector del público, ése que suele confundir la Semana
Santa con un espetáculo, abucheara el apresurado tránsito a redoble de tambor
del misterio de San Gonzalo por la zona de la Punta del Diamante.
Aunque los servicios encargados de la organización de la
Semana Santa han rayado a gran altura, hay que hacer constar, no obstante, dos
graves lunares. Uno el Domingo de Ramos, cuando algún lumbreras se empeñó en
mantener cegados a toda costa los pasillos peatonales de la plaza de la Virgen
de los Reyes, lo que generó escenas de peligrosas aglomeraciones de público. Al
día siguiente, se reaccionó dando marcha atrás y reabriendo el flujo de
personas en esa zona. El segundo error, el pivote que no fue bajado a tiempo en
la estrechez de la calle Santa Ángela de la Cruz el Martes Santo y que obligó a
Los Javieres a retardar su tránsito e incluso a jugarse con peligro la salud de
sus costaleros al discurrir el paso de Cristo de las Almas por este punto con
varios costaleros de menos.
Lo ha reconocido hasta el alcalde, Juan Ignacio Zoido: el
rebrote del «problema» de las sillitas plegables, que crean una barrera para el
flujo de las personas, será objeto de estudio tras la Semana Santa. Y otro
lunar que dice bien poco de la educación de los sevillanos que se echan a las
calles a presenciar las cofradías es la ingente cantidad de basuras que los
operarios de Lipasam han tenido que recoger en estos días. Basura que, según
Zoido, ha sido grabada para posteriores campañas de sensibilización a los
sevillanos.
En el apartado estético, el imaginero
Fernado Aguado ha logrado su consagración definitiva con la acertada
remodelación del pasaje de la Sagrada Entrada en Jerusalén y la inclusión de
dos nuevas figuras de nuevo cuño, así como con la nueva disposición del
misterio de las Cinco Llagas de La Trinidad, abriendo la composición y logrando
integrar a la Magdalena en la tarea de sujetar la sábana del Descendimiento. En
su vuelta como vestidor a la Soledad de San Buenaventura, Grande de León
imprimió aires decimonónicos y románticos a la talla de Gabriel de Astorga con
una novedosa disposición de las manos que llamó gratanmente la atención.
Los
exornos florales siguen al alza. El efecto Grado, o el arte de hacer de la flor
más que un adorno un complemento perfecto para las andas, se ha contagiado a un
sinnúmero de cofradías. Nuevamente, Javier Grado alcanzó el cénit con los dos
pasos de Los Negritos: el monte de minicalas chocolat, yedra y pittosporum del
Cristo de la Fundación y la rosa variada, rosa de pitiminí, brunia y hortensia
friolizada del palio de la Virgen de los Ángeles, cuyas flores parecían de
talco.
Las bandas, por lo general, siguen rayando a gran altura.
Tres Caídas y Cigarreras se salen, lo mismo que Tejera, la Oliva y el Carmen.
El experimento de Joana Jiménez cantando el Salve Madre a Guadalupe en la
Campana o la saeta a dos voces interpretada por Manolo Cueva y Ana García a la
salida de Santa Cruz no terminaron de convencer.