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jueves, 24 de abril de 2014

El Balance de la Semana Santa: Sevilla



Un veteranísimo cofrade, que de Semana Santa sabe un rato porque ya salía con su túnica de merino y una varita acompañando a la Esperanza Macarena desde la iglesia de la Anunciación, puso el dedo en la llaga esta Cuaresma al advertir el problema que se venía encima: «La nuevas normas (de obligado cumplimiento para las hermandades) son demasiado estrictas y podemos transformar la Semana Santa de Sevilla, con todos mis respetos, en la Semana Santa de Valladolid o de Zamora». La sentencia formulada por el hermano mayor de la Macarena, Manuel García, en la entrevista publicada en estas mismas páginas el pasado 9 de marzo anticipaba de alguna manera el debate de mayor calado que ha quedado sobre el tapete tras esta radiante Semana Santa que rozó el pleno de cofradías que dejó estampas de cirios arqueados por el sol: ¿Cómo solucionar los retrasos que acumulan casi sistemáticamente algunas jornadas sin convertir la Carrera Oficial en una contrarreloj? ¿Hasta dónde debe llegar el sacrificio de las hermandades por cumplir estrictamente con sus horarios? ¿Cómo debe sentirse un nazareno que la mitad del recorrido de su cofradía lo pasa formando parte de una manifestación de encapuchados que transcurre al barullo, de tres en tres o de cuatro en cuatro, sin más orden ni concierto y con su cirio apagado para evitar percances en esa bulla?

Acuciadas por la presión del conteo oficial de nazarenos y por las potenciales sanciones contempladas en los nuevos estatutos, las prisas se han apoderado por completo de las cofradías. Todas las hermandades (o casi todas) se han marcado como una máxima el cumplimiento riguroso de los horarios sacrificando incluso el lucimiento de sus pasos (se acabaron las saetas a la Macarena en la Campana). Las cofradías viven obsesionadas por el reloj. La espontaneidad se pierde y con ella la capacidad de sorpresa y asombro. Día tras día, la Carrera Oficial se convierte en un trasunto de la película de los Hermanos Marx, Un día en las carreras. Una celeridad apreciable incluso en los regresos a los templos. Más de una cofradía ha plantado su Cruz de Guía de vuelta a casa con demasiada antelación.

El conteo auspiaciado por el Consejo dará o quitará razones, pero da la impresión de que la Semana Santa goza de una extraordinaria salud y que los cuerpos de nazarenos de la mayoría de las cofradías continúan creciendo año tras año sin que sus tiempos de paso, por contra, se hayan incrementado. En el último conteo oficial, el del año 2009, sólo el Gran Poder superó la barrera de los 2.000 nazarenos. Este año son varias las cofradías que, según los datos particulares aportados en los programas de mano, rebasarán presumiblemente ese listón.

De poco valió que el Domingo de Ramos dos cofradías, El Amor y La Estrella, optaran por limitar los componentes de sus bandas en un intento por reducir la extensión de sus cortejos. La jornada que abre la Semana Santa acabó con uno de los mayores retrasos registrados en la Campana, 35 minutos, todo lo contrario que el Lunes Santo, que por vez primera en muchos años funcionó como un reloj. Querer es poder. Aunque para ello cierto sector del público, ése que suele confundir la Semana Santa con un espetáculo, abucheara el apresurado tránsito a redoble de tambor del misterio de San Gonzalo por la zona de la Punta del Diamante.

Aunque los servicios encargados de la organización de la Semana Santa han rayado a gran altura, hay que hacer constar, no obstante, dos graves lunares. Uno el Domingo de Ramos, cuando algún lumbreras se empeñó en mantener cegados a toda costa los pasillos peatonales de la plaza de la Virgen de los Reyes, lo que generó escenas de peligrosas aglomeraciones de público. Al día siguiente, se reaccionó dando marcha atrás y reabriendo el flujo de personas en esa zona. El segundo error, el pivote que no fue bajado a tiempo en la estrechez de la calle Santa Ángela de la Cruz el Martes Santo y que obligó a Los Javieres a retardar su tránsito e incluso a jugarse con peligro la salud de sus costaleros al discurrir el paso de Cristo de las Almas por este punto con varios costaleros de menos.

Lo ha reconocido hasta el alcalde, Juan Ignacio Zoido: el rebrote del «problema» de las sillitas plegables, que crean una barrera para el flujo de las personas, será objeto de estudio tras la Semana Santa. Y otro lunar que dice bien poco de la educación de los sevillanos que se echan a las calles a presenciar las cofradías es la ingente cantidad de basuras que los operarios de Lipasam han tenido que recoger en estos días. Basura que, según Zoido, ha sido grabada para posteriores campañas de sensibilización a los sevillanos.

En el apartado estético, el imaginero Fernado Aguado ha logrado su consagración definitiva con la acertada remodelación del pasaje de la Sagrada Entrada en Jerusalén y la inclusión de dos nuevas figuras de nuevo cuño, así como con la nueva disposición del misterio de las Cinco Llagas de La Trinidad, abriendo la composición y logrando integrar a la Magdalena en la tarea de sujetar la sábana del Descendimiento. En su vuelta como vestidor a la Soledad de San Buenaventura, Grande de León imprimió aires decimonónicos y románticos a la talla de Gabriel de Astorga con una novedosa disposición de las manos que llamó gratanmente la atención.

Los exornos florales siguen al alza. El efecto Grado, o el arte de hacer de la flor más que un adorno un complemento perfecto para las andas, se ha contagiado a un sinnúmero de cofradías. Nuevamente, Javier Grado alcanzó el cénit con los dos pasos de Los Negritos: el monte de minicalas chocolat, yedra y pittosporum del Cristo de la Fundación y la rosa variada, rosa de pitiminí, brunia y hortensia friolizada del palio de la Virgen de los Ángeles, cuyas flores parecían de talco.

Las bandas, por lo general, siguen rayando a gran altura. Tres Caídas y Cigarreras se salen, lo mismo que Tejera, la Oliva y el Carmen. El experimento de Joana Jiménez cantando el Salve Madre a Guadalupe en la Campana o la saeta a dos voces interpretada por Manolo Cueva y Ana García a la salida de Santa Cruz no terminaron de convencer.





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