Me senté frente al teclado con la pantalla
en blanco y el corazón abierto, con el firme propósito de transmitir lo vivido
de la manera más aséptica y objetiva posible dentro del océano de subjetividad
en que navegamos todos los cuentacuentos, pero me fue del todo imposible.
Porque los vellos de punta permanecían erizando mi espíritu. Porque la esencia
de mis sensaciones continuaban deambulando por las esquinas precipitándose
entre las gotas de cera derramada que aún manchaban de gloria infinita los
adoquines de nuestros sueños.
Y caí en la cuenta de que todos mis
sentimientos se arrinconaban sometidos al que presidía mis pensamientos desde
que al amanecer del Domingo constaté observando cómo lloraba la primavera que
todo había terminado antes de lo debido. Que el círculo se había cerrado de
manera imperfecta por obra y gracia del capricho de los cielos. Y que de
repente mis sueños habían comenzado una vez más ese peregrinar cotidiano
buscando una nueva mañana de palmas. Y mi corazón se rindió a la nostalgia.
Cerré los ojos e imaginé las calles llenas
de cirios encendidos y capirotes apuntando al cielo y una cruz de guía
avanzando lentamente por una plaza en penumbra. Y pude oler el azahar de la
calle de la Feria al paso de quien nos enseña a rezar al Padre y la cera de la
candelería derritiéndose gota a gota, como las cuentas de mi Rosario, y
el incienso que precede a quien es Alfa y Omega de mis oraciones. Y pude cruzar
mi mirada con quien derrama su belleza a orillas de la Calle de la Amargura y
sentir los pasos del más Humilde de los reyes aclamado por el pueblo en el Edén
de mi adolescencia dormida… y escuchar el Silencio de su palio avanzado en
busca de las callejuelas... y tantos retales de sueños con los que alimentar mi
alma otras once lunas de espera.
Y me dejé llevar por la nostalgia y la
tristeza incomprensible por quienes no comparten esta bendita locura. Ya se que
tendrán que venir cosas nuevas, que la vida es una sucesión de instantes que
tienden a la eternidad sin alcanzarla, y que todos han de ser vividos en
plenitud... pero los que respiramos al compás de las bambalinas de nuestras
ilusiones, aprendimos desde niños que cada segundo derramado a la ribera de su
Divina Majestad, es único e irrepetible y que lo sentido cuando el rachear costalero
acaricia los callejones del alma, no vuelve a sentirse jamás. Podrán sobrevolar
sensaciones similares, pero nunca habitará nuestro corazón un sentimiento
idéntico... porque ese… ese quedará atesorado para siempre en el baúl de los
recuerdos, como una maravillosa fotografía imposible de reproducir con
exactitud.
Dejadme con mi nostalgia cuando cierre los
ojos refugiado en mi altar de cabecera y sólo la vea a Ella, infinitamente Inmaculada,
reinando entre mis desvelos, cobijando mis emociones... y que cuando vea
alejarse su manto al compás cuaternario de la marcha de mis sueños la
melancolía se transforme cadenciosamente en esperanza, lentamente, a pasitos
muy cortos, desgranando los segundos hasta que vuelvan a abrirse las puertas de
San Lorenzo y la ilusión resucite de nuevo para gobernar mis entrañas.
Guillermo Rodríguez
Fuente Fotográfica: Miguel Pastor
Recordatorio El Cirineo