Y al parecer ya ha pasado, la Semana Mayor ya dice adiós. Sin embargo, quiero comenzar este artículo invitando a que no se limiten a ser cofrades, sino que abarquen el cristianismo en un sentido más amplio, a vivir la Pascua de manera intensa.
Es toda una paradoja que nuestra Semana por excelencia sea aquella en la que vemos a nuestro Señor ser Amarrado, Prendido, Coronado, pasado por un Calvario, crucificado, Expirando, Descendido de la cruz y Resucitado. ¿Y después qué? ¿Cuántos celebramos realmente que el rostro de la Virgen se torna en un gesto de Alegría? ¿Cuántos nos hemos felicitado el Domingo de Ramos y cuántos el de Resurrección? Pues bien, ya basta de tantos golpes en el pecho, de tantos puños apretados y ojos anegados en lágrimas; ya basta de ‘semanasanteros’ que se creen cristianos de postín, ya basta de costaleros profesionales que se olvidan que hay que ponerle corazón, ya basta de nazarenos que saludan a sus amigos por la calle y levantan sus cubre rostros, ya basta de mantillas con vestidos cortos, tirantes y rajas en las faldas, ya basta de capataces para los que prima el traje negro de chaqueta más que guiar el caminar de un titular, ya basta de hipocresía. ¿Hermandad? Amplío aún más… ¿Hermandades? Reflexionen, si es que les queda algo de tiempo para dejar de pensar en ustedes mismos.
Yo propongo un párrafo para que les haga, os haga pensar; la Iglesia propone cuarenta días y aun así no nos es suficiente. Nos estamos volviendo locos, materialistas, y por ello, para romper con esta sociedad de consumo, de bordados, de mejores bandas, de pan dorado, de túnicas de terciopelo, de más o menos nazarenos, para acabar por unos minutos con todo lo que predomina, os hablo de mí, de un ‘yo’ personal, intimista, privado, interior, de todo menos condicionado por la sociedad.
He sentido esta Semana Santa como ‘La Semana Santa’ y lo mejor es que cada año paso por el mismo proceso, siempre la vivo como la mejor y no hay sensación más placentera que la de superarse siempre.
He pasado la Semana con los míos, escoltada por mi madre el Domingo de Ramos subiendo la calle Feria, pudiendo desearle a mi hermano una buena estación de penitencia, dándole abrazos a mi padre mientras agarrado a la manigueta trasera del palio de la Reina de los Mártires esperaba mi llegada, con esa sonrisa que hace que se le achinen los ojitos.
Papá, tú bien sabes que esta Semana ha sido distinta, que podría haber sido mejor o quizá peor, pero sin duda se ha presentado de manera diferente. Sin embargo, ha habido algo que no ha cambiado, las lágrimas de satisfacción que me regalaste al ver encerrar a nuestra Candelaria. El orgullo con el que decías “esta es mi hija” y la de veces que me has dicho lo guapa que iba de mantilla, lo que me quieres y yo que siempre te contesto que te echo de menos, pero no por inercia, sino porque así lo siento.
Mi consuelo tiene un lugar, ese lugar son tus hombros, tus mejillas; mi felicidad tiene un motivo y ese es tener el mejor padre del mundo. Papá, por ti, por mí, por nosotros, para que podamos seguir fundiéndonos en un abrazo cada Domingo de Ramos.
Y así, tras ofrecer mi visión de esta Semana pasada, me despido una vez más, como cada miércoles dando a conocer un poquito más de mí y sobretodo de mi manera de vivir la religión, la vida cristiana, y nuestra Semana Santa.
Sueñen, el contador ya va marcha atrás de nuevo.
María Giraldo Cecilia
Fotografías José Luís Ruiz
Recordatorio La Voz de la Inexperiencia