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miércoles, 30 de abril de 2014

Pauta Musical: La esencia cordobesa de Pedro Gámez Laserna


La historia de Pedro Gámez Laserna, D. Pedro Gámez, no puede entenderse sin Córdoba. No se trata de un tópico para exaltar el valor de lo propio, sino un hecho perfectamente constatable. Un maridaje el vivido entre Córdoba y el artista que duró in situ más de tres décadas, y que luego continuó desde la distancia. Así que en este año de 2007, en el que se cumple el centenario de su nacimiento –18 de marzo de 1907, Jódar- se hace necesario poner de relieve la importancia que tuvo la capital cordobesa en la vida y obra del que hoy día es uno de los compositores de música procesional más valorados por la crítica y, a la sazón, más añorado ante diversas veleidades que no dejan de producirse en el género.

Procedente de la banda municipal de su localidad natal, ingresó en la Música del Regimiento de Infantería de la Reina nº 2 con guarnición en Córdoba, primero como trombón y luego más tarde en el papel de trompa, instrumento en el que se especializaría. Por aquellas calendas dirigía la banda el músico mayor Juan Berruezo de Mateos, cuyos servicios fueron también requeridos por el Ayuntamiento para que ayudase al relanzamiento de una Banda Municipal en precarias condiciones internas.

En 1928 ingresa como trompa en la Banda Municipal y lo hace en un momento inmejorable, una vez superados los anteriores años de hastío. A su llegada a la formación munícipe musical, Pedro Gámez se encuentra y vive de primera mano los magníficos resultados que el director Mariano Gómez Camarero iba cosechando. Éste tomó las riendas de la banda municipal en una situación precaria y, mediante una serie de reestructuraciones administrativas y técnicas, hizo de la banda lo que llevaba tiempo sin ser, convirtiéndose en una destacada plataforma de aprendizaje y magisterio musical gracias a la creación de una academia para tal, aunque luego posteriormente los alumnos tenían que revalidar los conocimientos en el conservatorio. De entre este fértil caldo de cultivo de músicos y compositores, salieron nombres que luego alcanzaron metas destacadas, como fueron los casos de Joaquín Villatoro Medina, José Ramos Celades, Rafael Báez y el mismísimo Pedro Gámez.

Al amparo de la batuta del toledano Mariano Gómez Camarero, Gámez Laserna participaba de la intensa vida social cordobesa, aprovechando también la apertura de miras de la banda que con la celebración de conciertos y varios eventos establecía contactos con otras agrupaciones de raigambre a nivel nacional. De esta forma, los sólidos conocimientos del músico de Jódar no pasaron desapercibidos a los ojos del que por entonces era subdirector de la Banda Sinfónica Municipal de Madrid, José María Martín Domingo, durante una de sus estancias en la capital cordobesa. Al autor de populares pasodobles, le llamó la atención las maneras que acreditaba Gámez en la ideación de música para banda.

Y como quiera que su propósito era llegar a ser director de banda, se trasladó a Madrid a principios de los cuarenta para formar parte de dicha banda sinfónica municipal. Allí siguió sumido en su personal reto de avanzar profesionalmente, aprendiendo de todo cuanto le rodeaba y terminando finalmente con la sobresaliente obtención de la primera plaza en las oposiciones al cuerpo nacional de directores de músicas militares en septiembre de 1945. Tras tres meses en concepto de prácticas en la Música del Regimiento de Infantería del Inmemorial del Cuartel General del Ejército de Madrid, regresó a Córdoba en diciembre de ese mismo año, recalando en la primera banda a la que perteneció en la ciudad de los califas, pero esta vez en el papel de director y ostentando ya el nombre de Música del Regimiento de Infantería de Lepanto nº2.

Las calles que lo vieron desarrollarse como músico y nacer como compositor, eran ahora testigos de la primera etapa al frente de una banda militar. Con su Banda de Lepanto tomaba parte crucial de los actos cordobeses, como demuestra la concurrencia, junto con la Banda Municipal, a la velada literario-musical celebrada el 23 de enero de 1949 en el Gran Teatro, en conmemoración del centenario del nacimiento del músico cordobés Eduardo Lucena. Si los actos civiles no le eran ajenos, menos todavía los desfiles procesionales de Semana Santa, acompañando a pasos como el de la Sentencia o el Cristo de la Misericordia.

En 1957, con el grado de capitán, marchó a Sevilla donde dirigiría la Música del Regimiento de Infantería de Soria nº 9. Se imbuyó en su esplendorosa Semana Santa para vivir en la capital hispalense hasta el final de sus días, dejando como mejor testimonio un repertorio cuantioso e importante de marchas procesionales, eso sí, sin perder de vista a la que custodia ese monumento eterno que es la Mezquita-Catedral. Si ésta tiene el honor de guardar en sus paredes los inicios, desarrollos y primeros logros como compositor del ilustre galduriense, aquella fue el contexto que coadyuvó a que la figura del director militar alcanzara altas cotas de popularidad, además de albergar exitosos estrenos de músicas de enorme valor. A partir de su jubilación, en 1967, el retirado comandante Gámez Laserna recibió diversos homenajes en vida por parte de instituciones como el Consejo General de Hermandades y Cofradías. Murió el 25 de diciembre de 1987 y sus honras fúnebres se celebraron en la basílica de la Esperanza Macarena, de donde el féretro con los restos mortales del compositor salió, por expreso deseo suyo, a los sones de su marcha “Pasa la Virgen Macarena” interpretada por la Banda del Soria 9.

“Santísimo Cristo de la Misericordia” e “Impresiones Cordobesas”: inmejorable comienzo.

Durante el período como trompista de la Banda Municipal de Córdoba, Pedro Gámez Laserna empezó a escribir obras en las que se podía advertir perfectamente las capacidades del compositor en disciplinas como la armonía o el contrapunto. Buena cuenta de ello es su primera marcha procesional “Santísimo Cristo de la Misericordia” (1935), dedicada al homónimo crucificado de Jódar, al que le profesaba mucha devoción. Con esta marcha, no dedicada a Córdoba pero hecha en ella, se destapan las bondades del maestro en el diseño de melodías sorprendentes y originales. El trío final nos pone en la clave del futuro de su catálogo procesional, porque lo aborda elaborando dos planos claramente diferenciados: un primero que implanta la melodía basal y un segundo que, con la repetición del pasaje, sobresale en registro más agudo en un alarde muy bonito de las maderas. Es lo que veinticuatro años más tarde haría con “Pasa la Virgen Macarena”, pero más simple en el embellecimiento.

A esta marcha se sumó “Santísimo Cristo de la Caridad”, dedicada a la misma imagen cordobesa que se venera en San Francisco y San Eulogio. Su sencillez la hace una de las marchas más convencionales del autor, aunque no está exenta de cierto interés. Sin embargo diversas circunstancias impidieron que la pieza llegara a estrenarse en vida, cosa que se produjo en 1996 en un concierto de la Banda Municipal de Sevilla dirigida por José Albero en el Gran Teatro. Por desgracia, no es la única situaciónde tintes misteriosos que ha ocurrido con la música de Gámez.

En el caso de la suite “Impresiones Cordobesas” el misterio se añade a la injusticia e incomprensión hacia esta loable partitura. Se compuso alrededor de 1941, casi a las puertas de migrar a Madrid. De hecho, el anteriormente mentado José María Martín Domingo le mostró su admiración por lo que el músico había logrado reflejar en la partitura. El Maestro Gámez encontró en él lo que no halló en el seno de la banda municipal, así que una vez afincado en la capital de España la hermosa suite se estrenó a cargo de la Banda Sinfónica Municipal madrileña. Es ante todo un homenaje al paisaje y el paisanaje de Córdoba, de sus calles y rincones, que se recrean con maestría en los diferentes números de la obra: Plaza del Potro, Elegía a Manolete, Patio Cordobés y Mezquita. Por suerte, ha sido recuperada recientemente por la Banda Municipal de Sevilla, bajo la dirección de Fco. Javier Gutiérrez Juan, dentrode la temporada de conciertos de septiembre del pasado año.

El paradigma de “Saeta Cordobesa”.

La figura de Pedro Gámez Laserna se sitúa en la historia de la marcha procesional dentro de la época de la post-guerra. El género venía de una travesía en el desierto, donde la convulsa situación social y política del país repercutió negativamente en la parcela artística. Lejos ya el romanticismo de las primitivas marchas cordobesas, los autores afincados y nacidos en Córdoba se vieron en la necesidad de retomar el sendero iniciado en la segunda mitad del XIX e interrumpido sobre el primer tercio de la centuria del XX. Y es, quizás, la obra maestra de Gámez, “Saeta Cordobesa” (1949), uno de los mejores exponentes de la generación de la post-guerra en Andalucía y, por ende, en Córdoba.

Dirigía ya la Música de Lepanto y un compañero de armas le pidió que hiciera una marcha para su hermandad del Cristo de la Buena Muerte y la Reina de los Mártires. Hizo realidad el encargo de su amigo y cuando fueron a presentar la marcha a la junta de gobierno de la cofradía, el hermano mayor se dirigió al músico militar y amable le aclaró: es digno de agradecer el interés que un músico tan prestigioso como don Pedro Gámez se ha tomado en componer una marcha para nuestro Cristo de la Buena Muerte, pero hemos de advertirles que la nuestra es una cofradía de silencio y no lleva música. El hecho de que a pesar de todo, Gámez decidiera seguir manteniendo la dedicatoria de la composición y encima mimarla durante el resto de su vida a través de gestos como la publicación de sus partituras, dice bastante de la elegancia y cortesía que caracterizó al maestro. Además, no siendo poco el tesoro que legó a la corporación de San Hipólito, a los tres años escribió una preciosa plegaria a la Reina de los Mártires, que luego la englobaría en el conjunto formal de una marcha religiosa con el nombre de “Salve Regina Martyrum”, verdadero vergel sonoro que incluye una parte coral que arranca tras la modulación de la marcha. Un envidiable díptico musical el que tiene esta hermandad de la madrugá cordobesa.

“Saeta Cordobesa” es la música que recoge el alma del sentir religioso y popular, porque cristaliza en su seno a la que logra como pocas captar ese trasfondo, la saeta. Para más exactitud, una que el compositor le escuchó cantar a María la Talegona ante la Imagen del crucificado de la Misericordia, cuando acompañaba musicalmente la banda militar de Lepanto. Si antes Manuel López Farfán o Emilio Cebrián utilizaron este recurso, Gámez lo lleva a un paroxismo sin igual, donde la melodía enrevesada de la saetilla se encomienda a las maderas, sobre una trama armónica y contrapuntística perfectamente urdida no sólo en ese pasaje de la partitura, sino durante la totalidad de ella. La composición asienta las bases paradigmáticas y crea el modelo que a la postre daría forma a otras composiciones para la ciudad de Sevilla. La madurez y el grado de excelencia en la creación alcanzados con su ingreso en el cuerpo de directores militares, tuvieron la mejor rúbrica en el nacimiento de “Saeta Cordobesa”.

A los ojos de muchos es el himno oficioso de la Semana Santa de Córdoba, como “Amarguras” para Sevilla o “Nuestro Padre Jesús” para Jaén. Ha pasado por diferentes niveles en la aceptación del pueblo, que a veces ha preferido mirar con obstinación hacia lo ajeno, dejando en un plano profundamente secundario a marchas como ésta del preclaro compositor, en el que su final parece por un momento como si le diera razón a García Lorca al escribir ese poema antológico a la Virgen de las Angustias. Mas en los últimos años se aprecia un despunte nada desdeñable en la interpretación tras los palios cordobeses. Nunca ha dejado de sonar en las calles, porque siempre ha habido quien ha mirado por ello, pero sí es cierto que no se ha valorado en su justa medida, ni se ha tratado como lo que es: uno de los elementos artísticos más importantes de la Semana Santa cordobesa y de los mejores admirados de puertas hacia fuera.

Dos marchas cordobesas que atesoran lazos afectivos

Las dos últimas marchas procesionales del corpus “laserniano” dedicadas a Córdoba, tienen como denominador común su concepción por lazos afectivos. “Ntra. Sra. de la Piedad” se escribió aproximadamente sobre 1968, una vez retirado Pedro Gámez, como agradecimiento a los salesianos de Córdoba por haber aceptado el ingreso de su nieto en el colegio. Presenta parecidos con la que dos años más tarde dedicara a la Virgen de la Estrella de Sevilla, y usa generosamente la corneta que imprime un aire valiente y jubiloso, de marcado carácter militar. Como ocurriera con “Santísimo Cristo de la Caridad”, la que nos ocupa se estrenó después del fallecimiento de su autor, para mayor precisión en el concierto homenaje a Gámez que la Tertulia “Incienso y Cera” organizó en 1997, con motivo del décimo aniversario de su muerte. Desde entonces, la marcha suele interpretarse a la salida del palio de la cofradía salesiana del Prendimiento cada Martes Santo y no fue hasta el año pasado cuando una banda, la de “Santa Cecilia” de Sorbas (Almería), la registró por primera vez en estudio.

La segunda de esta dupla es “Ntra. Sra. de los Ángeles –Ángeles del Cister-“, firmada en 1978 cuando la hermandad del Cister era una incipiente corporación fundada apenas dos años antes. Fray Ricardo de Córdoba, nombre indisolublemente unido a la vida de la cofradía, le encargó una marcha al Maestro Gámez, con el que empezó a mantener contacto por mediación de su hijo, Leandro Gámez, a la sazón cofrade de la hermandad. Se estrenó a cargo de la extinta Banda Municipal de Córdoba en la iglesia de Santa Victoria, dirigida por el mismo Gámez Laserna. En esta otra bella página musical, adopta la idea de unidad en el desarrollo estructural de la composición, como hiciera en más de una ocasión anterior. El motivo que se expone en la introducción, a modo de llamada, es tratado con mucha facilidad en los compases que le siguen, entonando los clarinetes una melodía muy inspirada, adornada con trinos y acompañada por el incomparable contrapunto que ordena a las cuerdas restantes de la banda. Es Gámez en estado puro, inconfundible.


Él, como nadie, hacía sencillo lo difícil. La complejidad musical que otorgaba a sus marchas las vestía de transparencia y claridad de ideas. La elegancia del hombre que nació músico no se disimulaba en sus partituras. Elegancia, belleza, equilibrio, armonía, originalidad, lirismo, todo lo que un paso expresa en el cuidado movimiento puede palparse y sentirse con la música de D. Pedro Gámez Laserna.

Mateo Olaya Marín





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