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miércoles, 30 de abril de 2014

La Voz de la Inexperiencia: Crepúsculo Jovial


A escasos días de lo que yo llamo el comienzo de la “Semana Santa chiquita” no podía pasar sin dedicarles mis líneas de hoy a los niños, a los que considero míos y a los que no, a los nuevos y a los no tan nuevos. Va por ustedes.

Mención especial a aquellos que llenan nuestros patios de San Francisco de una vitalidad inocente, arrolladora, que impregna hasta el último arco de nuestro rinconcito de recreo. A aquellos que citados a las diez de la mañana cada sábado madrugan y negocian con sus padres para poder llegar antes. A aquellos que se dedican a hacerles la ropa a los demás, y se dejan la suya para la última. A aquellos que marcan el andar bajo el paso y a los que siguen en silencio sus indicaciones. A los que aprietan los dientes en cada levantá y a los que con la sutileza que requiere tornan su gesto en paz.  A los que llegaron el primer día de la mano de su padre o bien respaldados por sus amigos y ahora se sienten capaces de asistir individualmente a los ensayos.



Niños que dejan de ser niños para ser los costaleros de una Santa Cruz, de un comienzo, del principio de una andadura. Niños que son los que tomarán el relevo de sus padres, muchos provenientes de una estirpe de cofrades de postín, otros que sin ser metidos en ‘nuestro mundillo’ han sido capaces de elegir por sí mismos.

Y ahora lo confieso, aunque suene extraño, aunque muchas madres se echen las manos a la cabeza y casi me maldigan por incitar a sus retoños, yo quiero que mi hijo sea costalero, yo quiero que cuando le pregunten en el cole: “Niño, ¿tú que quieres ser de mayor?” él diga: “Maestra, yo quiero ser los pies de Dios”. Y que en su carta de Reyes no haya más que una faja y un costal, porque eso, amigos míos, es lo mejor que se le puede desear a un hijo. Saber que estará siempre encomendado al Señor, a su Madre, que no te mientan con refranes populares del tipo “Madre no hay más que una”, que no, que un cristiano bien sabe que al menos se tienen dos madres, que las abuelas son unas segundas madres y que las tías vienen siendo algunas más. Que todo cristiano sepa, si es que aún no tiene conciencia, que la persona con la que comparte trabajadera es su hermano, véase las costumbres de los pueblos con la típica frase “¿y tú de quién eres?” y resulta que estás emparentado con pueblo y medio e incluso con la aldea vecina. Pues así debiéramos sentirnos en la comunidad cristiana. No os hablo de prójimos, no os hablo con palabras de la Biblia, de los sacerdotes, os explico sin más, que la vida como tal no depende de cómo la vivas, sino de con quién la compartas.

Y con esta afirmación propia, me quedo con mi gente de la Calle Feria. Con el que hace el arroz y con el que manda el paso, con el que coloca la rampa el día de salida y con el que lleva las cajas para guardar las túnicas de nazarenos, con el que iguala y con el que echa los sermones antes de empezar, con el que aboga por una oración al comenzar cada ensayo, con el que tarda en decidir al menos quince minutos los calcetines que va a llevar cada sábado por la mañana, con el que nervioso espera impaciente a escuchar las palabras mágicas “Chicos, ¡relevo!”.


Acabo agradeciendo, tras una mención a los costaleros, a los pequeños puntos de luz que formarán el cortejo este sábado, así como a los Grupos Jóvenes de demás Hermandades y al mío propio que con un esmero grandioso ha conseguido que un año más todo esté dispuesto.

Comento al hilo de esto, que hace algunos días comencé a hablar con padres que han decidido encargarme a los culpables de sus sonrisas matutinas, para mi sorpresa, recibí un mensaje explicándome que eran dos hermanos, ocho y cuatro añitos respectivamente, y que ambos querían formar parte de lo que se estaba fraguando para nuestro sábado de cruces, esa sexta salida de la Santa Cruz a cargo de la Hermandad del Huerto. La satisfacción que sentí ante el trabajo bien hecho, no podrá serme recompensada jamás con bienes materiales. 

Por este motivo, y por muchos otros, os invito a ver cómo de los pequeños también hay cosas que aprender. Y quizá, la lista de errores se vea mermada, porque estoy segura de que ellos sí que ponen en cada paso corazón y alma. Háganselo mirar Señores Cofrades. 

María Giraldo Cecilia








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