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domingo, 6 de abril de 2014

Verde Esperanza: Un abrir y cerrar de ojos


Sé que cerraré los ojos y cuando vuelva a abrirlos ya habrá pasado todo. Los pasos comenzarán a desmontarse y las imágenes volverán a sus templos. Las casas de Hermandad de nuevo estarán habitadas por aquellos que sienten la Semana Santa durante todo el año, y, por ende, sé que muchos no aparecerán hasta la próxima cuaresma.

Lo sé. Sé que durante ese abrir y cerrar de ojos la vida florecerá en nuestras calles. Dios y María volverán a colmar de bendiciones a su pueblo. Sé que las marchas volverán a retumbar en nuestras fachadas, que hileras de nazarenos dejarán un rastro de cera tras de sí durante algunos días y que se abrirán las puertas de los templos como siempre.

Sé que habrá chicotás inolvidables, saetas, levantás, momentos de recogimiento, estrenos. Todo se habrá consumado y buscará cobijo en nuestro recuerdo. Ese fugaz instante que supone la Semana Santa para un cofrade es la chispa de nuestra fe. Es la base de nuestra alegría, todo un año viviendo por esos instantes que constantemente anhelamos en nuestra mente. Resulta harto complicada la tarea de describir la Semana Santa, es algo tan grande que sólo puedo decir que da sentido a la vida del cofrade.

Sé que cerraré los ojos y me sobrevendrán reencuentros, abrazos, lágrimas y alegrías, oraciones y racheo costalero. Todo cabe en ese eterno y a la vez efímero momento. La Semana Santa está llena de contrastes, que la hacen aún más grande. Cada uno puede rezar a su manera: tras el anonimato del antifaz, la oración hecha música, el andar costalero...

Sé que cuando vuelva a abrir los ojos me parecerá ver tu trono de madera avanzando poderosamente y tu verde palio derramando esperanza a cada caricia del varal con el bordado de la bambalina. Pero todo ello será eco de lo vivido en este bendito sueño cofrade.

Sé que cerraré los ojos y me sumergiré en un sueño del que no querré despertar. Sólo queda tener el corazón abierto de par en par ante lo que está por llegar. Porque Jesús baja a nuestras calles, atravesando esa frontera terrenal que supone el dintel de cada templo de nuestra tierra bendita, pero nada de eso tendría sentido si no le hospedamos en nuestro corazón.

Sé que cerraré los ojos y a pesar de ello veré todo más claro que nunca, puesto que la Semana Santa se percibe con el corazón más que con los sentidos.


Sé que cerraré los ojos y en cuanto los abra comenzaré a descontar los segundos del reloj del alma para volver a cerrarlos. Porque eso es ser cofrade. Toda una vida dedicada a unos volátiles instantes. Benditos instantes.


José Barea









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