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sábado, 16 de enero de 2016

El Compás de San Pablo: La luz del cartel


Volvíamos de poner las flores de los pasos de la Hermandad del Perdón. En San Roque todo estaba ya dispuesto para el día siguiente y su Hermano Mayor quedaba sólo rematando el milagro que pocas horas más tarde veríamos por las calles de la Judería. Habíamos medio cenado palmeras de chocolate y roscos caseros que una hermana había dejado apoyados en los bancos de la reformada iglesia. Pero antes de volver a casa sin ver ni un solo paso en la calle, a pesar de las catorce horas de trabajo, del cansancio, del hambre, del agotamiento… corrimos San Pablo abajo para ver si llegábamos a tiempo para poder verla.

Y lo conseguimos. 

La virgen más dulce, más mujer, más tierna, más dolorosa, más impresionante, más atrayente de todas las que han salido de sus manos aún estaba en la calle. No rodearían su paso más de treinta personas, los justos, los que supieron escoger la elegancia extrema para cerrar su propio Martes Santo. Las rosas abiertas del calor, el sudario medio caído que parecía pesarle más que nunca por nuestra culpa, la cara abrillantada del calor de la cera, una luz, una bruma, un ambiente que nos parecía estar ante un emborronado cuadro de Sorolla. 

Ese dulcísimo instante que allí y a esa hora exacta se estaba recreando es lo que anunciará este año nuestra Semana Santa. No se ha podido representar mejor. Ahora, por bendita culpa de Rafael de Rueda, no sólo seremos unos treinta enamorados de Ella a los que nos tiene prendidos la luz del paso de palio de la Virgen de la Caridad. Ya era hora que le tocara. 

Rafael Cuevas




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