Nunca los sorbos de este cáliz te nombraron, pero siempre has estado ahí. Nunca mis madrugadas comenzaron en San Gil, pero estabas conmigo en el corazón de San Lorenzo. Nunca te escribí los versos que merecías porque en verdad no hay ser humano que sea capaz de acercarse a tanto. Nunca alcé mi voz a la inmensidad de la noche porque tu mirada -tu respiración- me cortaban con un soplo frío el aliento.
Todo comenzó una mañana de Viernes en la Encarnación cuando el sol iluminó tu cara y me miraste tan cerca que jamás podre quitarme ese escalofrío del alma. Seré breve porque todo lo que soy y siento Tú lo sabes mejor que yo.
Tan solo, Madre, que al verte de nuevo -tan lejos, pero tan cerca- no he podido sino quererte más, venerarte más, amarte más... Pues los corazones entienden cosas que la razón no alcanza. Y, si hay quien duda de ti, mi Esperanza, mi Macarena, perdónalo porque no sabe lo que hace.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio